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Voy a tomar, como todos, de su propia biografía (aún lo tengo pendiente de traducción, y no me dan ganas..) y lo añadido en las 2 ediciones, en la Torrentina y, a raudales, en las vidas individuales de la Giuntina.

Todas las biografías comienzan su vida en el relato incluido en la vida de Lucca Signorelli de la edición Giuntina, exactamente aquí, porque en Luca Signorelli, en la edición Torrentina no aparece ninguna referencia, La edición Torrentina carece de la multitud de molestas notas de G. Vasari por aquí, de G. Vasari por allí,.. así como de su propia vida.. entre otras bondades.

Y nos dice él, que nació en Arezzo el

30 de julio de 1511, y que era evidente una temprana vocación por las bellas artes y que su preceptor se quejaba, de que en vez de estudiar, no hacía otra cosa que borronear figuras en sus libros y cuadernos de la escuela de Santa Maria della Pieve, donde dice, que lo había inscrito su padre. Signorelli, al que los biógrafos lo hacen tío abuelo, aconsejó a Antonio Vasari su padre, (su madre es Magdalena Tacci), que lo llevara a que aprendiera el dibujo. Y a este dice, que le dijo con ternura: «Estudia, mi pequeño pariente», y que le colgó un  amuleto de jaspe para las hemorragias nasales que sufría. Nadie ha demostrado que esto sea cierto, ni incierto, pero se tiene también como sospecho.Ya que Vasari para ponerse la orla, necesitaba un pasado con familiares artistas, y se lo creó. Añadiendo a su "curriculum" el pertenecer a una familia de artistas. En la vida de Lázaro Vasari, asegura que su bisabuelo, era pintor y que sus obras se confundían con las de Piero della Francesca. En la vida de Piero, lo hace gran amigo de éste. Obviamente esto coló en la Edición Torrentina, y dado que nadie lo notó, cargó las tintas con sus familiares en la Giuntuna, Pero, éste Lázaro, según Milanesi, por su declaración de actividades, era guarnicionero. Y que su abuelo Giorgio era un gran ceramista que retornó los secretos etruscos y amigo íntimo del Magnífico Lorenzo de Médicis, tampoco es cierto. En realidad el abuelo y el padre eran alfareros, en grado artesano local.

Podríamos dar por cierto por la pormenorizada descripción de la realización de los vidrios, que mientras  Guillermo de Marsillac permaneció en Arezzo largo tiempo haciendo vidrieras, estuvo aprendiendo con él, donde conoció a Battista Borro y Benedetto Spadari, pero ajustado a su edad, estaría como ayudante aprendiz, hasta como máximo 1524, en que Marsillac dejó Arezzo.

La tradición en su biografía dice que pasando por Arezzo en esas fechas, en viaje a Florencia, del cardenal Silvio Passerini, que era tutor regente de los jóvenes Alejandro e Hipólito de Médicis, luego que Clemente VII (26-11-1523) -Julio de Médicis- sucediera a Adriano VI como PapaSiendo los Vasari aretinos partidarios de los Médici desde los tiempos de Giorgio el mayor, donde dice que complacía a Lorenzo de Médicis regalándole para sus espléndidas colecciones cerámica etrusca que descubrió buscando tierras convenientes para la alfarería. Vasari le  cayó en gracia al cardenal Passerini, porque le recitó  versos de Virgilio, y se ofreció a protegerlo para llevarlo a Florencia.

Los biógrafos le ayudaron y le recargaron algunos hechos no probados

En 1525, dice él, marcho con 14 años, a Florencia,  siguiendo las instrucciones de Passerini, fue alojado en la casa de Niccolò Vespucci, caballero de Rodas, y dicen sin probarlo, que compartió la instrucción humanística que recibían los príncipes Alejandro e Hipólito, Se apoyan en la cita autobiográfica en la Vida de Rafael

Dice él, que empezó a estudiar con Miguel Ángel, y dicen los antiguos biógrafos, encontrando la contradicción de que Miguel Ángel andaba por Roma, inventan que éste lo dejó al cuidado de Andrea del Sarto. Andrea no era de la onda sexual, ni artística de Miguel Ángel, en el color y dibujo mucho más de Rafael, y por esas fechas ya casi manieristas, aún más alejado de Miguel Ángel. Si sumamos a ello lo altivo de Miguel Ángel, esto seguramente no sucedió.  

Con Andrea anduvo Vasari un año apenas, según su autobiografía, que parece bastante tiempo, según se podría extraer de la pormenorizada Vida de Andrea del Sarto.

En la "bottega" estudio, de Andrea del Sarto, Vasari hizo amistad con Francesco Salviati, se llevaban un año de edad. En su compañía iba a seguir sus estudios  en Roma.

También fue alumno de Baccio Bandinelli, de quien no parece haber guardado buen recuerdo, lo machaca en su vida, y ni siquiera lo menciona entre sus maestros, en la autobiografía de Vasari que cierra el libro de sus Vidas, si bien habla de él con respeto al referir la carrera de su amigo Salviati.

La protección de Passerini y los Médicis no pudo durar mucho, la sublevación florentina en mayo de

1527. obligó al cardenal a huir de la ciudad, llevándose a sus pupilos, Hipólito y Alejandro. Antonio Vasari, su padre, murió de la peste en el mes de agosto de

1527, y Giorgio regresó a Arezzo, no se sabe bien, si ya obligado por la situación de su padre, o por iniciativa propia, luego que G. Vasari se quedó sin sus protectores. Sus propias notas en su vida, y otras dispersas en las biografías que dedicó a Signorelli, Tribolo, Miguel Ángel, Bandinelli, Salviati, Cristofano del Borgo, Guillermo de Marsella, Tiziano, y otros pintores con quienes tuvo vinculación, son confusas. Pero tuvo que ocuparse de sus cinco hermanos menores, de su educación y mantenimiento proporcionando los recursos materiales, tenemos que suponer, que adquiría ejerciendo su arte.

1528 Hizo sus ensayos para dominar la técnica del fresco, en trabajos que le confiaron los campesinos de las aldeas de las inmediaciones. Pintó por entonces, para Lorenzo Gamurrini, un cuadro cuyo dibujo le había sido proporcionado por el Rosso Florentino, huido del saqueo de Roma, que andaba por el Borgo Sansepolcro y Cittá di Castllo, y que fue la primera de las numerosas interpretaciones de ideas ajenas (recordemos su versión de la Leda de Miguel Ángel) que más tarde realizó en el curso de su carrera de pintor.

Volviendo a Florencia, y viendo la situación en actividad de fortificación, bajo la dirección de Buonarroti, ante el horizonte bélico, marchó buscando la calma de Pisa, en compañía del joyero Manno, con quien colaboró en diversas obras de orfebrería.

Algunos óleos y frescos dejados en edificios pisanos señalaron su paso por la ciudad, posiblemente la nota en la vida de Perino, en que se vinculó con Dom Miniato Pitti, abad del monasterio de Agnano, el cual, en varias oportunidades, le encargó trabajos. Uno de ellos fue la decoración de la iglesia de la abadía de San Bernardo, en Arezzo, a donde regresó Vasari

en 1529 dando un enorme rodeo por las montañas para evitar las zonas en que se desarrollaban acciones de guerra.

Ya tranquilo pues los problemas de familia del artista habían sido resueltos al parecer, por su tío, aprovechó para realizar diversos encargos en su ciudad natal,

en 1530, pasó por allí, en viaje a Roma, su ilustre condiscípulo Hipólito de Médicis, ya elevado a la dignidad cardenalicia y, al parecer, destinado a encabezar el nuevo gobierno médicis de Florencia, que había sido sometida por Clemente VII y Carlos V. Sin embargo, el Papa y el Emperador eligieron como primer duque a Alejandro, el otro condiscípulo de Vasari, motivo por el cual la casa del cardenal Hipólito, su primo, pronto se convirtió en refugio de los opositores a la tiranía florentina.

en 1531 Hipólito llevó a Giorgio a Roma, proporcionándole así la oportunidad para enriquecer sus conocimientos y desarrollar su capacidad artística.

en compañía de su amigo Salviati, con quien se encontró allí, estuvo dibujando arquitecturas, copiando estatuas y cuadros, de maestros antiguos, recientes o contemporáneos: Buonarroti, Rafael, Pulidoro y Baldassarre de Siena son los que con particular reverencia menciona en su autobiografía. Vasari junto Salviati, copiaron las obras maestras, El formidable archivo de imágenes que reunió Vasari le sirvió en sus producciones posteriores. Cayendo enfermo, tuvo que volver una vez más a Arezzo para reponerse de su dolencia. Por otra parte, su protector, Hipólito de Médicis, ya no se encontraba en Roma para auxiliarlo: se había ausentado para Hungría, luego de presentar y recomendar a Vasari al Papa. Clemente VII había dado al pintor una carta de presentación para el duque de Toscana, a quien éste, como ya se dijo, conocía desde la época en que juntos estudiaban humanidades.

1532 vuelve a Florencia recuperada la salud, y fue recibido cordialmente por Alejandro de Médicis y se puso al servicio del príncipe opresor del pueblo florentino, Conquistó sin esfuerzo su favor, pintándole su retrato, el de Lorenzo el Magnífico y el de Catalina, su hermanastra, futura esposa de Enrique II, reina de Francia y organizadora de la matanza de la noche de San Bartolomé.

1534 trabaja en citta del castello decorando el palaico Vitelli con ayuda de Cristoforo Gherari

También decoró en aquellos días una cámara del palacio de los Médicis que no había llegado a concluir Giovanni da Udine y en la cual Vasari pintó cuatro escenas de la vida de Julio César, con tanta satisfacción del duque que éste lo recompensó del modo más generoso. Ante el premio de sus esfuerzos quedó deslumbrado el joven artista, que aún no había alcanzado la edad de veinte años. Durante el septenio del reinado de Alejandro, Giorgio llevó una existencia tan activa como próspera. El duque le encargó infinidad de trabajos: desde obras arquitectónicas diversas hasta decoraciones para las fiestas oficiales y cuadros destinados tanto a iglesias de Florencia como a edificios de Arezzo.

Por el 1535 es el retrato de Alejandro de Médici con armadura (¿#? en ubicación perdida) tambien lo recoge él mismo en la vida de Alfonso Lombardi, y por esas fechas tiene un encuentro poco cordial según relata  Bembenuto Cellini, que nos sirve para cruzar la información, y pesar el ambiente por aquellos años, Por entonces, le encargaron la copia del retrato de León X original de Rafael #. Vasari se inscribe en la compañia de san Lucas.

En 1536. Dice, que preparó los festejos para la recepción del emperador Carlos V, y que habrían fracasado los agasajos, de no haber sido por el esfuerzo de Giorgio realizando los arcos triunfales y las banderas, y que esto le trajo envidias. Podemos extraer, que se negaban a ayudar los artesanos y artistas al tirano Alejandro de Médicis, posiblemente una especie de huelga de brazos caidos en contra de la tiranía, Vasari fue bien retribuido y aprovechó para dotar a sus hemanas, para casarse, o de ingresarar en algún convento. Al fin El duque Alejandro fue envenenado poco después, del día de la Epifanía

de 1537, El tiranicidio inspiró a Miguel Ángel su magnífica cabeza de Bruto. Y, Vasari, muy comprometido como pintor favorito del tirano, huyó a Arezzo, temeroso por su vida, argumenta acerca de la fragilidad del poder y la inestabilidad de la política, y tal y tal, que no tuvo más remedio que ponerse a trabajar por su cuenta, en sus propias palabras, «a negarse a seguir la fortuna de las cortes y dedicarse sólo al arte», a pesar de que le hubiera sido fácil acomodarse con Cosme, el nuevo duque.

Así, inició un largo periplo por Italia, de ciudad en ciudad, de convento en convento, según le pidieran, pinta en la ermita de Camandoli un cuadro (#) y frescos, los frescos perdidos, de nuevo vuelve a Arezo y Florencia luego en

1538 a Roma. Y vuelve para la ermita camandoli con una natividad. En

1539 Bolonia refectorio san Michel ayudado de Cristoforo Gherardi, en

1540 de nuevo en Camandoli, hace la deposición y 4 santos, y, iglesia de santos apóstoles en Florencia la  alegoria de la inmaculada concepción, en

1541 Módena, Parma, Mantua, por diciembre está en Venecia, en

1542 en Venecia prepara la decoración para la obra de Atalanta, de Pietro Aretino. Vuelve a Arezzo, pìnta el techo del palacio de Giovanni Corner, frecuenta a Miguel angel,

1544 pinta la venus para Bindo Altoviti seguramente que usando un dibujo de Miguel Angel, trabaja en Lucca, y al final del año está en Nápoles.

en 1545, está pintando junto a Raffaellino del Colle (¿en Nápoles?) hace la decoración del refetorio de Monte Oliveto en Nápoles, pinta la presentación en el templo de la Virgen, (museo capodimonte) En Nápoles, donde conquistó mucha fama, restauró y modernizó el comedor del monasterio de Monte Oliveto. Allí lo ayudó un montón de colaboradores, con quienes transformó la antigua sala gótica, en el primer interior de estilo renacentista creado en tierra napolitana. Vuelve en

1546 a Roma para realizar el fresco del salón del palacio de la cancilleria del palacio San Giorgio "trabajos del papa Pablo III" rápido, tan rápido, que es llamada la sala de los 100 días, Si su relato fuera cierto, empieza la redacción por consejo de Giovio y Alejandro Farnese de las vidas, además de ejecutar una serie de trabajos para el cardenal Farnesio y otros personajes. A finales de año está en Florencia  y pinta la ultima cena para el convento della murate.

en 1547 debió entregar a imprenta "Las vidas", hay pequeños indicios, en la vida de Dosso y en la vida de Miguel Ángel, viaja a Rimini y Rávena, vuelve a Arezzo para la decoración de su casa

1548 pinta su casa, viaja a Urbino

1549 Bolonia, vuelve a Arezzo, pinta las tabla bodas de Esther y Asuero para la abadía de Santa flora y se casa con Nicolasa Bacci noble de Arezzo

en 1550, aparece las Vidas, un nuevo papa Juan María del Monte, Papa bajo el nombre de Julio III, le encarga junto a Ammannati, la decoración de la tumba del cardenal Antonio del monte de san Pietro in Montorio, durante 3 años permanece en Roma y toma amistad con Miguel Ángel. Este con florentina elegancia, le menciona lo que le falta a su pintura

"Quel che vi manca, a lei [Natura] di pregio imparte, Nel dar vita ad altrui... "

y lo alaba por haberse dedicado «a la más digna tarea» de escribir.

 

 

 

 

 

 

 

 

Terminado y pulido el original, que fue dedicado «Al Ilustrísimo y Excelentísimo Señor Cosme de Médicis, Duque de Florencia, Señor Mío Observandísimo», el libro fue impreso por el célebre Lorenzo Torrentino, impresor del príncipe toscano, y publicado en 1550, obteniendo un éxito tan sonoro como inmediato.

Vasari, que a la sazón contaba treinta y nueve años de edad, había puesto término a su prolongada soltería. Se casó por injunción expresa del cardenal del Monte, legado pontificio en Bolonia, para quien había proyectado la casa que edificó en Monte Sansovino. El cardenal consideró que era tiempo de que contrajera matrimonio y proveyó personalmente la esposa: la joven se llamaba Niccolosa y era hija de Francesco Bacci, noble ciudadano de Arezzo. Poco después, el legado pontificio fue elegido Papa como sucesor de Pablo III, y el pintor supuso que la exaltación de ese personaje, que le había manifestado su benevolencia en muchas oportunidades, le procuraría ocasión de realizar magnas obras en la Ciudad Eterna. Por lo tanto, resolvió hacer abandono de su actividad independiente y ponerse al servicio del nuevo Papa, después de no haber tenido otro amo que él mismo durante trece años. Julio III recibió cordialmente en Roma a Vasari, y, en efecto, le confió trabajos diversos de pintura y arquitectura, inclusive los bocetos para la construcción de la Villa Julia, que Giorgio ejecutó en colaboración con su admirado colega Ammanati, pero más tarde fueron modificados por Vignola y Miguel Ángel, quien seguía siendo el árbitro de las artes en aquella ciudad. Cuatro años permaneció Vasari al servicio del Sumo Pontífice, que parece haber sido un patrono sumamente difícil y caprichoso, pues según expresa el autor de las Vidas, Julio III siempre estaba cambiando de idea y pensando en proyectos nuevos, que era preciso concretar y presentarle día tras día. La experiencia romana no le satisfizo, decepcionado de su Mecenas. Llegó por fin a la conclusión de que «poco se podía esperar de él, y que en vano se empeñaba en servirlo».

en 1553 sigue en Roma, trabajando para Julio III en Villa Giulia la loggia de la viña,  y en el Palacio de Bindo Altoviti

El duque Cosme de Florencia solicitaba insistentemente su presencia, y Vasari consideró que le convenía más este protector que aquel en quien tantas esperanzas había puesto. Así es como regresó en

1554 Arezzo proyecta el coro del Duomo, en Cortona inicia la construcción de la iglesia de santa María Nuova, y con Gherardi en florencia hace pinturas en fachadas del palacio Sforza Almeni en via  de servi, en cortona frescos en el interior para la compañía de Jesus. al parecer rechaza la oferta de Tassini para viajar a Francia y marcha de nuevo a Florencia

1555 a Toscana para servir al duque, a cuyas órdenes trabajó desde entonces hasta el fin de su vida. Ese mismo año falleció Julio III.

En los años transcurridos desde el asesinato de Alejandro, Cosme había estabilizado completamente su autoridad, que se afirmó definitivamente cuando obtuvo el título de Gran Duque de Toscana,

1556 muere Gherardi, con guión de Doceno, empieza el ciclo de las estancias de los elementos alegoría de la grandeza del Duque, comienza la decoración de la casa Médicis, y  las estancias de León X en el palacio viejo

1560 viaja a Roma,luego le encargan el Palacio de los Uffizi que terminará a su muerte Buontalenti y Alfonso di Santi

en 1569. Había elegido el príncipe como alojamiento el histórico Palacio Viejo, la hosca fortaleza erigida por Arnolfo di Cambio en el centro de Florencia. Ese edificio requería transformaciones profundas para convertirse en digna residencia ducal. La primera tarea de Vasari consistió en decorar la sala llamada «de los Elementos», en que pintó una de sus sorprendentes alegorías: La Castración del Cielo por el Aire . En otras cámaras describió las cuatro estaciones, los doce meses, los trabajos de Hércules. Y más tarde decoró nuevos aposentos del palacio ducal con una serie de pinturas que trazan la historia de Florencia, desde su fundación hasta los días de Cosme I, y para cuya ejecución desplegó febril actividad. Y también adornó cuatro habitaciones del piso del palacio reservado a la duquesa Leonor de Toledo, pintando para su deleite, y como discreto homenaje a la hija del virrey de Nápoles, las hazañas de las mujeres ilustres, griegas, hebreas, latinas y toscanas en las paredes de su residencia particular.

El duque Cosme empleaba también a Vasari como consejero arquitectónico -con plausible criterio, por cierto, pues coinciden los juicios en que fue grande y original en sus creaciones de arquitectura, a las cuales infundió la belleza que nace de la sobriedad y los claros trazados. Dirigió obras de construcción, no sólo en Florencia sino también en Pisa, Pistoia, Arezzo y otras ciudades.

En l560, de acuerdo con los planos de Vasari, se comenzó la edificación del Palacio de los Oficios, hoy insigne museo, que se inauguró en 1574 y fue primitivamente sede de la administración pública de Toscana. Giorgio estaba particularmente orgulloso de la ingeniosa solución que dio al problema de unir este edificio nuevo - como lo requería el duque Cosme - con el Palacio Pitti, construido por Brunelleschi del otro lado del Arno. Vinculó las dos construcciones mediante esa larga galería suspendida que cruza el río por encima del augusto Puente Viejo y da su singular fisonomía a ese trozo del panorama de Florencia. Cosme I estaba poseído por la fiebre del urbanismo y empeñado en el embellecimiento de su capital y otras poblaciones de sus Estados, pues, como dice Giorgio, «el señor duque, excelentísimo, a la verdad, en todo, se complace en la edificación de palacios, ciudades, fortalezas, puertos, galerías, plazas, jardines, fuentes, aldeas y otras cosas semejantes, bellas, magníficas y utilísimas para comodidad de sus súbditos». Y Vasari, su consejero en todas esas obras, aunque en el curso de su existencia entera trabajó con intensidad, jamás conoció período de actividad mayor que la de éstos, sus últimos años. Ora se encontraba en Pisa, dirigiendo los trabajos del palacio conventual de los Caballeros de San Esteban y la iglesia de San Stefano ai Cavalieri, ora trabajaba en la biblioteca Laurenciana dibujada por su ilustre maestro, proyectaba un sepulcro espléndido para Cosme y su familia, a imitación del concebido por Miguel Ángel para Lorenzo y Julián de Médicis, o edificaba una loggia en la principal plaza aretina. y, en Florencia, siempre por orden del duque, introdujo considerables reformas en Santa Croce y Santa Maria Novella, sin vacilar en destruir los frescos de Masaccio para mejorar la perspectiva interior de la iglesia.

1561 le regala el duque la casa de borgo santa croce y empieza a decorar las estancias de Eleonora en el palacio viejo, con Stradano

1562 termina las estancias de León X, hace la maqueta del palacio de los caballeros de Pisa

1563 pinta retablo para la ermita de Arezzo con la ayuda de Stradano, comienza la bóveda del salón de los 500, es promotor de la academia de las artes de dibujo. Le encargan por el Duque Cosimo I de médici, la cúpula de la Basilica della Madonna dell'Umiltà en Pistoia, a la que le pone la linterna en 1568

1565 termina el techo de los 500 le encargan el corredor Vasariano que enlaza los Uffizi con el palacio Pitti

En 1566, después de más de un decenio de esfuerzo constante para satisfacer la sed de mejoras edilicias de su Señor Observandísimo, Vasari sintió la necesidad de un descanso. Dedicó sus vacaciones a recorrer una vez más la península    Umbria, las Marcas, Emilia, Lombardía, Véneto, Perugia pinta el refectorio de san Pedro. en que se hallaba disperso tal número de obras pictóricas, debidas a su alerta mano, y se detuvo especialmente en Loreto, Pavía, Milán, Ferrara y Venecia para retomar contacto con viejos amigos, refrescarse la memoria examinando pinturas y esculturas vistas en otras oportunidades y, acopiar nuevos datos acerca de los artistas que no había comentado en la primera edición de sus Vidas. A este viaje debemos la segunda edición, revisada y muy ampliada, del famoso libro, que las prensas de los Giunti, florentinos, dieron al público dos años después, en 1568, y que como la anterior, fue dedicada a Cosme I. Incluyó esta vez el autor su autobiografía, que no figuraba en los tomos de la prínceps, así como la larga descripción de los funerales de Miguel Ángel, fallecido en 1564 para gran aflicción de su discípulo, entusiasta admirador y amigo entrañable, y agregó a la versión inicial una gran cantidad de informaciones y comentarios sobre artistas contemporáneos.

Pero antes de esta publicación, e inmediatamente después de su viaje por Italia, ya se había puesto en contacto,

en febrero de 1567, con el Papa Pío V, coronado el año anterior, quien lo llamó a Roma para consultarlo acerca de las obras de la basílica de San Pedro y le hizo diversos encargos. Para este Pontífice piamontés, que había hecho edificar la iglesia de Santa Croce del Bosco, cerca de Alessandria della Paglia, ejecutó un enorme cuadro de altar que debía ser colocado en dicho templo, y que Vasari califica de Macchina grandissima, quasi a guisa d'arco trionfale, Adoración de los Magos para Boscomarengo e Piamonte, y otro para la abadía de Arezzo.

Cuando, ese mismo año, el pintor decoró la capilla de su propia familia en Santa Maria della Pieve, en Arezzo, quiso emular al Papa y pintó una «máquina» similar, llena de adornos en estuco que encuadraban composiciones alusivas a San Jorge y otros santos y escenas de ambos Testamentos. A esa capilla fueron trasladados los restos de su madre, fallecida en Florencia en

1557, de Antonio Vasari, su padre, y de Lázaro y Giorgio el Viejo, bisabuelo y abuelo, respectivamente, del autor de las Vidas . Retratos de esos miembros de su familia completaban la decoración del sepulcro.

Ocupado principalmente en trabajos arquitectónicos, Vasari no descuidaba del todo la pintura. Una interminable serie de cuadros salió de su taller en aquellos años, y sólo mencionaremos aquellos que hizo para el príncipe Francisco, hijo de Cosme I y futuro Gran Duque de Toscana, quien los envió a España, como obsequio para la hermana de Leonor de Toledo, con lo cual se estableció el contacto del artista con aquel Reino, que más tarde había de solicitar en vano sus servicios. Una obra importante reclamaba a la sazón el interés y los esfuerzos de Vasari: la decoración del palacio ducal de Siena, que le había sido encomendada por su amo. Tuvo que interrumpir la preparación de los cartones para la misma cuando Pío V requirió nuevamente su presencia en Roma,

1568 sale la edición de la Giuntina, lo eligen Golfaloniero de Arezzo, pinta las paredes del salón de los 500, decoración del Palacio viejo ayudado de: Gerardi, Stradano Marco faenz, Prospero fontana, Jacopo zucchi, Naldini, Francesco Morandini el Poppi

1569 pinta con Poppi tablas para santa croce en Boscomarengo para el papa Pio V

en el año 1570, pinta el studiolo para Perseo y Andrómeda para Francisco I, y Cosme I, deseoso de satisfacer al Pontífice gracias al cual acababa de ser exaltado a la dignidad de Gran Duque, le cedió su pintor y arquitecto por tiempo indeterminado.

El Papa no sólo deseaba que Vasari dirigiera las obras de San Pedro, restaurará San Juan de Letrán y llevara el Acqua Vergine de Salona a Roma (agregando una nueva especialidad, la de ingeniero hidráulico, a sus ya múltiples facetas profesionales), sino que le encargó la decoración de tres capillas privadas en el Vaticano. Giorgio tenía prisa por regresar a Florencia, y el único modo de cumplir su deseo consistía en liquidar cuanto antes el trabajo encomendado por el Sumo Pontífice. Entonces realizó una proeza digna de Luca Giordano, más conocido por su bien ganado apodo de «Fa Presto»: en poco menos de tres meses, y con la sola ayuda de Sandro del Baldassarre -pintor que no ha dejado rastros en la historia del arte-, hizo cincuenta y seis trozos de cartones para la mencionada decoración, esbozó doce cuadros grandes con los temas de Tobías y el Ángel Rafael, la vida de San Esteban y los hechos de San Pedro Mártir, y cubrió los techos de las capillas con figuras de las Virtudes Teologales y de santos y santas de la Orden de Santo Domingo.

Así, en el mes de julio del mismo año, Vasari se encontraba de regreso en la Ciudad de la Flor,

1571 Livorno

Terminaba la decoración de la sala grande del Palacio de Florencia , que fue inaugurada en los primeros días

de enero de 1572.

El Papa había premiado su prodigiosa destreza y premura nombrándolo caballero y, apenas concluyó su tarea en Florencia, pidió una vez más que bajara a Roma. Era el propósito de Pío V proseguir la magna obra iniciada bajo el reinado de Pablo III y continuada en el curso de los pontificados de Julio III, Marcelo II y Pablo IV: la decoración de la suntuosa Sala Regia del Vaticano, construida de acuerdo con los planos de Antonio de Sangallo y en que ya habían trabajado a la sazón Perino del Vaga, Daniel de Volterra «il braghettone», Salviati, Giuseppe Porta, Arrigo Fiamingo y otros. Las pinturas de esa sala describían el poderío victorioso de la Iglesia, manifestado en las luchas del Pontificado con los emperadores de Alemania. Y la Iglesia acababa de conquistar un nuevo triunfo para la fe, pues las flotas combinadas de Don Juan de Austria y Marcantonio Colonna habían vencido el 7 de octubre de 1571 a los infieles en el Golfo de Lepanto. Pío V consideró oportuno completar los murales de la Sala Regia con tres composiciones alusivas a esa batalla naval, y las encomendó al flamante caballero, quien ejecutó al fresco un panorama del Golfo, con Cefalonia, las islas, los arrecifes y las galeras de ambos bandos formadas en orden de combate, más la escena de la bendición y entrega del estandarte al jefe de las fuerzas cristianas y, por fin, la lucha y la derrota de los turcos, entreverada con caprichosas alegorías.

Murió Pío V, sucediéndole Gregorio XIII, y Vasari, quien durante su estada en Roma, además de las escenas de la batalla de Lepanto, había empezado a pintar los cartones para la decoración de la cúpula insigne de Santa Maria del Fiore, que le fuera encargada por el gran duque Cosme, volvió a Florencia, luego de tomarse un breve descanso en Arezzo, y se puso a pintar en ese monumento del genio de Brunelleschi aquella corona de Profetas y de Ancianos que nunca llegó a concluir.

A fines de 1572, en efecto, lo llamaba a Roma el nuevo Papa, y Cosme I, enterado de que no deseaba realizar el viaje, con mil argumentos lo convencía de la conveniencia de complacer a Gregorio XIII y le insinuaba su deseo de que actuara en la Ciudad Eterna como agente secreto suyo, informándole acerca de la política pontificia. Completa, pues, el caballero Vasari, con Juan Van Eyck y Rubens, el triángulo de los pintores que desempeñaron para sus príncipes misiones diplomáticas, a la vez que ejercían su artística profesión.

El enérgico Gregorio XIII quería que Vasari concluyera prontamente la decoración de la Sala Regia, y había elegido el tema para los últimos frescos que debía ejecutar: era su voluntad que pintase «la cosa degli Ugonotti». Como se ve, no perdía tiempo para hacer conmemorar en pintura aquel hecho que entonces se consideraba como el último triunfo de la Iglesia: la matanza del día de San Bartolomé se había producido el 24 de agosto de 1572, y en noviembre del mismo año encargaba el Sumo Pontífice a Vasari tres composiciones relativas a lo que el príncipe Francisco de Médicis llamó «el santo y notable suceso de la ejecución de los hugonotes en Francia».

Cuando por fin se inauguró la Sala Regia, el día de Corpus Christi de 1573, luego de haber trabajado en ella, durante 28 años, trece artistas al servicio de siete Papas sucesivos, los máximos honores correspondieron a Vasari por haber llevado a término la obra, poniéndole el broche de oro de las composiciones que describen el atentado de Maurevel contra el almirante Gaspar de Coligny, la visita de Carlos IX y Catalina de Médicis al anciano herido, el asesinato de éste por Besme y los Guisa, y la escena en que el Rey va a la iglesia para dar gracias a Dios. Ésta fue la última pintura que llegó a concluir Vasari, y es curioso señalar que, al realizarla, se había convertido en cronista de la más palpitante actualidad de su tiempo.

Llegamos al fin de su biografía que, sea dicho de paso, él sólo redactó en parte en sus Vidas (hasta

1568, fecha de la segunda edición florentina) y fue completada mediante los esfuerzos sucesivos de Monseñor Giovanni Bottari, Giuseppe Piacenza, Giovanni Gaye y Caetano Milanesi en cuanto se refiere a los últimos años de su carrera.

Felipe II deseaba tomarlo a su servicio: en nombre del Rey Católico le hizo brillantes ofrecimientos Marcantonio Colonna cuando regresó de España, después de su victoria de Lepanto. Pero el viejo pintor declinó ese honor. Sólo deseaba acabar las pinturas de la cúpula de Santa Maria del Fiore, que consideraba su obra capital. No dudaba, en su vejez, de la grandeza de su producción pictórica, que la posteridad se resiste a valorar tan alto. Ya cuando pintaba las capillas de la Cámara de Pío V pretendía con ingenua soberbia no ser inferior a Rafael y Miguel Ángel, pero en la cúpula de Brunelleschi se prometía lograr un lavoro omnipotente, da far tremare spaventare ogni fiero e gagliardo ingegno . Concebía los ocho cascos de la media naranja convertidos mediante sus pinturas en algo así como una suma teológica abarrotada de figuras de ángeles, tronos, patriarcas, apóstoles, virtudes, vírgenes santas, religiosas, profetas, doctores, mártires, pontífices y sacerdotes, colocados en registros encima de los cielos de Saturno, Mercurio, Júpiter, Marte, el Sol y la Luna en los cuales, divididos en zonas de tinieblas y de luces, se desarrollaba un inmenso Juicio Final con el castigo de los envidiosos, los avaros, los holgazanes, los golosos, los soberbios, los lascivos y los coléricos, y la salvación de los misericordiosos, los pacíficos, los beatos, los castos y los pacientes.

Acicateado por el deseo de adelantar esta obra, en junio de 1573 estaba de vuelta en Florencia y, trepado al altísimo andamio, proseguía pintando las ya comenzadas cúspides de aquellas montañas de personajes que habían de descolgarse en masa compacta desde la abertura de la farola hacia el crucero del solemne Duomo .

Nueve meses trabajó con obstinado ahínco y sólo interrumpió la tarea al acaecer la muerte del Gran Duque Cosme, en abril del año siguiente. Luego volvió Vasari a sus Profetas y sus Ancianos de Santa Maria del Fiore. Pero el destino no quiso que terminara su invención postrera: dos meses después de su señor, el 27 de junio de 1574, falleció el fiel servidor de la Casa de los Médicis a la edad de sesenta y dos años, después de haber seguido con empeño, con honor y con provecho grandísimo para él y los demás el consejo del anciano Signorelli: Impara, parentino .

Federico Zucchero, con la ayuda de Passignano y otros, concluyó las pinturas de la cúpula durante el reinado del nuevo Gran Duque, Federico I. Los restos de Vasari fueron sepultados cerca de sus padres y demás deudos en Santa Maria della Pieve, en su Arezzo natal. No dejó herederos de su matrimonio con Niccolosa di Francesco Bacci, y su apellido subsistió por la rama colateral, a través de su sobrino Giorgio Vasari, caballero de San Esteban (que hizo imprimir en 1588 por los Giunti los curiosos y hasta entonces inéditos Ragionamenti del tío acerca de las decoraciones del palacio ducal y de la catedral de Florencia) y de los descendientes de éste, hasta el año 1687 en que se extinguió la familia en la persona de Francisco María Vasari.

Mas no se extinguió la fama del autor de las Vidas en más de cuatro centurias y media, ni es previsible que se extinga mientras viva en este mundo el amor de las cosas del arte. Giorgio Vasari, quien acaso fue el mejor pintor activo en la segunda mitad del siglo xvi en la Italia central y meridional (en un período, por cierto, de pronunciada decadencia de la pintura), no ha dejado una obra pictórica que concite la admiración ni siquiera el interés muy vivo en el hombre de nuestros días: decorador fácil y abundante, seducido por la anécdota, el símbolo, la alegoría y el emblema, dotado de una imaginación más literaria que plástica, y afectado por el gusto de su tiempo -que para nosotros es rayano en el mal gusto-, sólo alcanzó la meta de la grandilocuencia con la flecha de su ambición disparada hacia la grandeza. La relativa sobriedad de sus retratos, comparados con aquellas grandes máquinas que diseminó por toda Italia, hace preferir su autorretrato de los Oficios, y las efigies de Cosme, Lorenzo y Alejandro de Médicis, o la de Pablo Giovio -promotor de su carrera literaria- a cualquiera de sus pinturas murales, sean éstas las escenas de la vida de San Pedro, ejecutadas en el Vaticano y tan gustadas por Pío V, o las vastas composiciones del Palacio Viejo de Florencia junto con Salviati. Tampoco se salvan de la crítica adversa sus innumerables cuadros de caballete, tales como la Bacanal de sátiros, faunos y silvanos , y las Gracias acicalando a Venus , que pintó para el cardenal Hipólito: en ellos se ve quizá mejor que en cualesquiera otras producciones de Vasari los defectos del manierista , formado en la copia e imitación de los más diversos maestros.

No es, pues, su pintura lo que podría darle la inmortalidad que ya le vaticinó Miguel Ángel, cuyo veredicto se ve corroborado en el transcurso del tiempo. Ni bastaría tampoco su obra arquitectónica -aunque es valiosa-, para sacar su nombre de esa penumbra en que los siglos terminan por envolver injustamente a los constructores de los palacios y las iglesias. Mas lo que da permanencia a la gloria de Giorgio Vasari y lo mantiene vivo, porque siempre está presente en el recuerdo de todos los enamorados del arte, son las páginas de sus admirables Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos . Esta obra monumental no tiene, por su envergadura, precedente en todo lo que va desde la Antigüedad hasta los días del artista aretino. Pudo éste, por cierto, ayudarse algo con los escritos de Dante, Petrarca, Boccaccio, Sacchetti, Filippo Villani y Cennino Cennini, extractando de ellos unas cuantas citas, pocos conceptos y jirones de material informativo, así como le fue posible consultar los comentarios de Lorenzo Ghiberti y del libro de pintura de León Bautista Alberti, y orientarse en el laberinto veneciano con la ayuda de las luces de Pietro Aretino, Paolo Pino y Ludovico Dolce. Mas esas referencias aisladas se pierden en el mar de cosas que averiguó por su cuenta para escribir esa verdadera historia del arte italiano, extensa y completa, que abarca desde los albores del siglo XIII hasta fines del XVI e incluye algunos datos -a la verdad endebles- acerca de la pintura en Flandes. Está concebida esa historia como un compendio de biografías de artistas célebres, precedido por un sintético tratado de la pintura, la escultura y la arquitectura, cuyo propósito consiste en familiarizar al lector con la terminología y las técnicas de las profesiones artísticas. El libro se divide en tres partes que corresponden aproximadamente a las otras tantas centurias cuya producción de arte se refleja en el escrito, pues Vasari no dejó de percibir que una infancia, una adolescencia y una madurez de caracteres bien definidos se habían manifestado en el Trecento , el Quattrocento y el Cinquecento. En el prólogo general de la obra y los prefacios que encabezan las grandes divisiones del texto expone Vasari sus ideas estéticas y su juicio relativo a cada época, para pasar luego al relato biográfico, cronológicamente ordenado, en que señala la rítmica secuencia de maestros y discípulos que a su vez se vuelven tutores de otros, determinando la continuidad y el ascenso del arte. Nos ofrece inagotable material de lectura, e ilimitado tema para el comentario. Además de prolijos detalles sobre la vida y la producción de los artistas considerados dignos de figurar en su historia, brinda muchas frescas anécdotas para solaz del lector, valiosos consejos técnicos para el profesional (a quien explica aquí la razón por la cual se cuartean las telas pintadas al óleo, allá cómo se ha de evitar la corrosión de los frescos por las sales marinas, más lejos, el buen método de preparación de los estucos, o el sistema empleado por grandes escultores para armar sus bocetos de arcilla), descripciones de innumerables obras de arte hoy desaparecidas, y aun consideraciones morales y conceptos filosóficos referidos al caso particular de la actividad artística. Y su moral y filosofía están tan cargadas de sabor de época, que iluminan en cuanto al pensamiento generalizado de los intelectuales en la segunda mitad del siglo XVI.

Hasta sus mismos errores, que son muchos y muy perdonables, y sus parcialidades, que son escasas y no menos comprensibles, fomentan la perpetuidad del libro y de su gloria, en la medida en que dan pie para la averiguación y el reverente juicio rectificador. Formado en Florencia, protegido por los Médicis, subyugado por la grandeza titánica del Buonarroti, no podía dudar Vasari un solo instante de la superioridad del arte toscano en comparación con el de cualquiera de las otras comarcas de Italia y, particularmente, con el véneto. Y lógicamente había de hacer suya, como doctrina indiscutible, la sentencia de Miguel Ángel acerca de las «limitaciones» de Tiziano en aquella primera querella entre la línea y el color que se produjo al confrontarse los talentos de Toscana y de Venecia. Y, sin embargo, ¡con qué magnífico esfuerzo de ecuánime objetividad justifica el pintor y escritor aretino la última manera, impresionista, del mago de Cadore, y cómo se empeña justicieramente en demostrar cuánto trabajo, cuánto esfuerzo y cuánta ciencia hay en las aparentes improvisaciones de ese hondo y suntuoso proveedor de Carlos V! No puede ser tachado de parcialidad, así, en bloque, un autor que, como él, tanto se cuida de no criticar y se ve arrebatado por el entusiasmo, volcando a manos llenas los calificativos halagüeños, los superlativos ditirámbicos -excelentísimo, brillantísimo, terribilísimo- sobre todas las obras de los artistas que se suceden desde el primero de los grandes precursores hasta las cumbres del Alto Renacimiento, y que apenas reserva sus censuras abiertas para la odiada «maniera tudesca» o la «goffa maniera greca», que parecen ser aún, muy avanzado el siglo XVI, el coco de los artistas.

Sí: Vasari denuncia con tal insistencia los males de los estilos gótico y bizantino, que nos da qué pensar, ya que ello parecería superfluo después de Masaccio, Leonardo, Rafael y Buonarroti. Los denuncia en nombre de la «vida», que es el leitmotiv, por otra parte, de sus alabanzas para todos los creadores que admira, de Cimabue en adelante. Encuentra esa realidad, esa representación viviente, hasta en el mosaico de la Navicella, ¡qué digo, hasta en la vela de mosaico de la barca de San Pedro! Y lo que rechaza en el arte de los hombres de la Edad Media es la ausencia de realismo físico en sus figuras, la cual, en su juicio, no se compensa por la intensidad de la expresión emotiva: porque si percibe muy bien la «terribilità» de Miguel Ángel, no sabe verla en la obra de un anónimo tallista medieval. Admira, en cambio, incondicionalmente, los exvotos policromados y estofados del escultor Orsini, amigo y discípulo de Verrocchio, en los cuales anida mucho del horror agazapado en los museos de muñecos de cera. Cuando lo arroba el entusiasmo y le faltan palabras para elogiar alguna estatua o pintura, proclama que está «viva, viva», y tal como cree ver latir las venas en el cuello de Mona Lisa, llega a convencerse de que el retrato de un Papa, pintado al fresco en una muralla, es como una aparición fantástica que impone respeto rayano en el pavor. Tal obsesión de la «vida» significa sencillamente que se vive en una era de derrumbe y de muerte, en que ya no encuentran aplicación práctica los principios mismos que con tal ampulosidad se declaman. Como acaece en la decadencia senil en que no se hace otra cosa que hablar del amor, ya impracticable. Los eclécticos artistas imitadores de Leonardo, de Rafael y de Miguel Ángel han perdido contacto con la realidad vital. Por eso, precisamente, los góticos y los bizantinos son para ellos un espantajo inquietante: el fantasma de su propia desvitalización. No ven en ellos lo mucho bueno que tienen: sólo ven la fórmula estereotipada antigua, parienta cercana de su propio academismo manierista. Véase cómo se desespera Vasari, al pintar un retrato del duque Cosme revestido de armadura, porque la coraza imitada al óleo no resiste la confrontación con el férreo peto que le sirve de modelo. Y el único recurso que halla -simbólico recurso-, aconsejado por Pontormo, para quedar satisfecho con su obra consiste en alejar de su vista el objeto concreto, la realidad de la armadura...

Ciertamente, no es el valor crítico lo que se busca ya en el libro de Vasari, historiador y cronista emérito. Su estética es pobre, aun comparada con la de algunos de sus contemporáneos y predecesores, y su juicio sobre la excelencia de las obras se funda principalmente en valores técnicos y en las curiosidades temáticas que pueden presentar cuadros y esculturas. Elogia la belleza de los paños, la habilidad de los escorzos, la justeza de la perspectiva, y celebra sobre todo las actitudes inesperadas, los movimientos captados al vuelo en la observación del mundo real. Por ejemplo, le entusiasman aquellos soldados de la Batalla de Pisa, de Miguel Ángel, que en vano se esfuerzan por ponerse las calzas después de su baño en el Arno, y no lo logran porque tienen las piernas mojadas. En este afán por subrayar en sus descripciones los caprichos que puede contener una determinada composición artística, Vasari revela un algo popular, ingenuo, prosaico y profano que hace pensar en el cicerone.

Y no es éste, sin duda, uno de los menores encantos de las Vidas. El corpulento Giorgio, de frente despejada, cejijunto, arrugado, barbudo, con su nariz de alas palpitantes y su mirada ávida de pintor, que nos mira fijamente desde el marco de su autorretrato de los Oficios, era, ¿qué duda cabe?, un hombre jovial de esos que en la madurez prudente saben recordar sus mocedades, en que también hicieron de las suyas, y sonreír ante las picardías y las locuras de los demás.

Así, al lado de los más prolijos detalles, interesantes para quien quiere hurgar en la carrera o la obra de un artista (no desdeña dar, como una auténtica guía del viajero, precisiones minuciosas sobre la ubicación de tal fresco o tal escultura, como por ejemplo: «... en Sant'Antonio de Verona, en la extremidad del tabique del coro, a la izquierda, debajo de la curva de la bóveda...»), nos regala con esa plática amena, campechana, del curioso y del viandante que ante todo se asombra, que con todo se deleita, recoge la verdad con la fábula, el documento con la leyenda -aun el chisme y la calumnia creídos de buena fe- y relata la anécdota sabrosa, el detalle significativo, la chuscada del maestro, la broma del garzone, la escena sentimental o el episodio dramático, entrecortando su disquisición sobre arte con vibrantes cuadritos costumbristas de la intimidad de sus héroes.

En las biografías de sus contemporáneos y de aquellos artistas ya fallecidos en sus días, pero de quienes se conservaban tradiciones populares aún muy despiertas, abundan, pues, tales «escenas de la vida de Bohemia» del Renacimiento -graciosas, picarescas, conmovedoras, trágicas, humorísticas o burlescas-, que, tomadas en su conjunto, forman un cuadro de época extraordinariamente colorido. El odio de Paolo Uccello por el queso con que lo hartaba el abad, el castigo que Giotto impuso a la vanidad del «burgués gentilhombre» -que como se ve es de todos los tiempos-, las chanzas de Botticelli, la moral social de Donatello evidenciada en la hora de la muerte, la incontinencia de Filippino Lippi, el orgullo de Buonarroti y mil otros rasgos humanos se destacan así, como ilustraciones de alto color, en el texto de las Vidas de Giorgio Vasari.

Alguna vez, al recoger una conseja fuertemente arraigada en la creencia del pueblo, fue injusto. Tal el caso de su juicio sobre Andrea del Castagno, a quien fustiga con tan noble indignación por haber asesinado a un colega... que murió cuatro años después del supuesto asesino. Empero, aun inverosímil y falsa, ¡qué magnífica escena dramática es la de la imaginaria muerte de Domenico Veneziano, tal como la refiere!

Además, los errores de información eran ineludibles, fatales para Vasari, dadas las condiciones en que realizó su obra. Compiló datos por observación personal y por contacto directo con aquellos artistas que fueron sus contemporáneos, pero también se vio forzado a admitir lo que aportaba la crónica oral acerca de sus predecesores. Le faltaban textos que lo informasen con mayor exactitud y, aparte de lo que pudo recoger en los escritos de los autores que hemos mencionado, la mayor parte de las referencias con que armó el enorme cuerpo de sus Vidas tuvo que cosecharla él mismo, en años de paciente esfuerzo, interrogando a centenares de príncipes, prelados, monjes, burgueses, caballeros y doctores acerca de la procedencia y la paternidad de las obras de arte conservadas en sus palacios, sus conventos, sus iglesias o sus casas, a la vez que escuchaba cuanto quisieran relatarle sobre nacimiento, educación y carrera de los pintores, escultores y arquitectos. ¿Cómo extrañarse, pues, de que se deslizara alguna equivocación en sus biografías? ¿Y por qué sorprenderse de que de pronto confundiese dos cuadros o dos frescos y los describiese como uno solo (realizando así una extraña anticipación superrealista) un averiguador como él, que había contemplado millares de objetos de arte pero sólo podía confiar en su memoria y sus apuntes en el momento de redactar su libro, ya que no gozaba, como el historiador de hoy, de la inapreciable ventaja de poder acudir a la consulta de obras especializadas y catálogos de colecciones y de museos cuando le asaltaba alguna duda?

La tarea que le cupo desempeñar a Giorgio Vasari fue la de un pionero de la historia del arte italiano. Precisamente por ello infunde admiración y respeto su extraordinario monumento biográfico, piedra fundamental en que se han apoyado desde sus días hasta hoy todas las construcciones de los historiadores que, continuándolo, se han esforzado por desentrañar la verdad de la evolución artística. Pueden ser más seguros y científicos que Vasari, mas ninguno lo ha superado en vivacidad, entusiasmo y comprensión humana. Y -no lo olvidemos su hazaña, la inicial, fue la más difícil de todas.

Viajes  Dice estar en Milán y nos describe bien pormenorizadas obras, pero no está claro su fecha ¿1550?

El mismo va desglosando sus propias fuentes

En la vida de Stefano dice que toma de los comentarios de Lorenzo Ghiberti y de Domenico del Girlandaio, las últimas están perdidas.

Antonio di  Tuccio Manetti para Filippo Brunelleschi

El libro de Antonio Billi

El Anónimo Magliabechiano

obsesión por que los artistas  perpetúen su memoria

Gaetano Milanesi

Como historiador no solo relata el hecho sino que intenta explicarlo

1º como maestro curador o agente Comisariado actual su gran alegato , es la obra más visitada del mundo,  y el resto sobre las que puso el ojo y el adjetivo en su obra, lo más buscado y valorado en el mundo del arte.