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 Proemio

 


Tenían hábito los espíritus egregios llevados por un encendido afán de gloria, en todas sus acciones acostumbraban someterse a cualquier fatiga, por grande que ésta fuese, con tal de que sus obras alcanzasen la perfección que las tornase estupendas y asombrosas para todo el mundo, ni la mala fortuna de muchos lograba reducir sus esfuerzos para llegar a lo supremo, tanto para vivir en medio de la general alabanza, cuanto para dejar a los tiempos por venir la eterna fama de su singular excelencia. Y aunque de tan loable estudio y deseo hayan sido en vida altamente recompensados por la liberalidad de los príncipes y por la virtuosa ambición de los estados, y después de morir todavía perpetuados ante el mundo con los testimonios de las estatuas, los sepulcros, medallas y otras memorias semejantes, es cosa manifiesta que la voracidad del tiempo no sólo ha mermado en gran parte las obras y otros honrosos testimonios, sino borrado y consumido aquellos nombres: sin embargo muchos nombres de ellos han podio conservarse solamente gracias a las vivaces y piadosas plumas de los escritores. Muy a menudo me puse a meditar en ello y sabiendo, no sólo por el ejemplo dado por los antiguos sino también por los modernos. A menudo me puse a considerar sobre ello, y sabiendo, no sólo por el ejemplo dado por los antiguos sino también por los modernos, que los nombres de muchos antiguos y modernos arquitectos, escultores y pintores, junto con sus bellas y abundantes obras realizadas en diversas partes de Italia se han ido consumiendo y olvidando poco a poco, de tal manera que la muerte de todo la meditamos muy cercana. Con el propósito de defenderlos en lo posible de esta segunda muerte, y mantenerlos el mayor tiempo posible en la memoria de los vivos, mucho tiempo he consumido en buscar aquéllas con la mayor de las diligencias, para identificar la patria, el origen y las acciones de los artífices, y con mucho empeño he procurado sacar provecho de sus relaciones con hombres ya muy viejos; de múltiples recuerdos y escritos que conservaban los herederos, presa fácil del polvo y cebo de la carcoma, pero que a la postre me fueron muy útiles y provechosos. Así, pues, no sólo juzgué conveniente sino necesario escribir estas memorias, y que sirviéndome de mi escaso talento y poco juicio pudo hacerse.

En honor pues de los que ya han muerto, y sobre todo en beneficio de los estudiosos de las tres excelentísimas artes: Arquitectura, Escultura y Pintura. Escribiré las Vidas de los artífices de cada una de ellas, de acuerdo con el tiempo en que han vivido, a partir de Cimabue hasta nuestros días, y me referiré a los antiguos sólo cuando sea estrictamente necesario, por no saber decir algo mejor de lo que dijeron estos escritores cuyas obras han llegado hasta nuestros días. Trataré de muchas cosas concernientes al magisterio de cada una de las artes. Pero antes de hablar de los secretos de aquéllas o de la historia de los artistas, me parece justo tocar de paso un conflicto en el que muchos participaron con poco juicio: de la primacía y nobleza, no de la arquitectura (a la cual dejaron a un lado), sino de la escultura y de la pintura, y que una y otra  parte adujeron, al menos muchas dignas razones de oírse por los autores el en cuestión. Digo pues que los escultores, dotados quizás de la naturaleza y del ejercicio de mejor complexión, con más sangre y de más fuerzas y más atrevidos y hostiles que nuestros pintores, y buscando que los señalen como los mejores en el arte, quieren probar que la nobleza de la escultura es la primera en la antigüedad, por haber el gran Dios hecho el hombre, que fue la primera escultura, dicen que la escultura comprende muchos más miembros de las artes y muchos más auxiliares que la pintura, como el bajo relieve, obras de barro, de cera, de yeso de madera y de marfil vaciado de metales y todos los cincelados, y el tallado en las piedras preciosas y en el acero, y otros muchos, y que en maestría avanzan a estos en la pintura; y que estas se defienden mejor y más del tiempo pues más se conservan a pesar del uso de los hombres, en su beneficio y a su servicio para el cuál se han hecho, son seguramente más útil y dignas y son más valiosas y honradas, afirman que la escultura es más noble que la pintura, cuánto más apta para conservarse, ella y el nombre de quien se celebra el mármole y el bronce contra todas las injurias del tiempo y el aire, que no la pintura, que de su naturaleza no puede resistirse a ellos, incluso resguardado en sitios seguros por los arquitectos. Respecto del número, no solamente de los autores excelentes, también incluyendo los ordinarios, con relación al infinito número de los pintores, es menor deduciendo su principal nobleza, diciendo que la escultura requiere estar en mejor disposición de espíritu y de cuerpo, que raras veces se encuentran juntas; mientras que la pintura se contenta con cualquier débil organismo, a condición de que tenga si no gallarda, por lo menos la mano segura. Y que esta afirmación puede probarse por la mayor cantidad de elogios dichos particularmente por Plinio, (Plinio "El viejo" en la historia Natural) de los amores causados del maravillosa belleza de algunas estatuas, y de la opinión que tenía de quien hizo la estatua de la Escultura en oro y la de la Pintura en plata, poniendo a aquella a la diestra y a ésta a la izquierda . Tampoco dejan de mencionar las dificultades que hay para obtener sus materiales, ya sean éstos, mármoles o metales, y su alto costo; mientras en la pintura no hay ninguna dificultad en conseguir tablas, lienzos y colores, que pueden hallarse en cualquier parte y a precios muy bajos. También las brandes dificultades al manejar el mármol y el bronce, que son muy pesados, y la muy ardua labor de trabajarlos con tantos instrumentos, cosa que no sucede con los ligeros pinceles , los lápices y los carbones, mientras los escultores ponen a trabajar todas las partes del cuerpo, de forma muy distinta y fatigosa si lo comparamos con la cómoda y ligera obra del ánimo y la sola mano del pintor. Además hacen hincapié en que las cosas son más nobles y perfectas en cuanto más se acercan a lo real, y dicen que la escultura imita a la forma verdadera y muestra todos sus aspectos con sólo que caminemos alrededor de ella; en cambio, la pintura, al extenderla con simples pinceladas, y no tener más que una sola luz, no muestra sino una sola apariencia. Sin ningún respeto, muchos de ellos dicen que la escultura es tan superior a la pintura cuanto la verdad a la mentira. Como última y más poderosa razón abogan que el escultor no sólo debe contar con la perfección de juicio ordinario,  como en el pintor, sino que además tiene que ser absoluto e inmediato, de manera que pueda saber de antemano cómo es el interior del bloque de mármol e imaginar cabalmente la figura que piensa extraer del bloque, y pueda sin otro modelo formar en primer lugar muchas partes perfectas, que se conjunten, como hizo divinamente ya Miguel Ángel. Cuando falta este juicio, sucede que se pueden cometer con facilidad errores que después ya no tienen remedio, y los cuales, ya cometidos, son prueba de los errores cometidos con el cincel o por el poco juicio del escultor. Esto no le sucede a los pintores, porque todo error que éstos cometen con el pincel o por su poco juicio, tienen tiempo, cuando ellos mismos se aperciben o se lo dicen los demás de recubrirlos con el mismo pincel. Teniendo el pincel en la mano, el pintor tiene una ventaja que no puede tener el escultor con el cincel, pues éste no restaña, y sucede como con el hierro de la lanza de Aquiles, que empeora las heridas

 A estas cosas responden los pintores con desprecio, diciendo primeramente que los escultores se consideran sagrados y ennoblecidos y que están completamente equivocados al pensar que su oficio pertenece la estatua que hizo el primer padre por haberla hecho de barro, porque el arte de tal operación, por el simple hecho de poner y quitar, no es menos de los pintores que de los demás y a tal procedimiento los griegos lo llamaron plastikós, y los latinos fictus; que Praxiteles mismo la consideró madre de la escultura, del vaciado en bronce y del cincel, por lo cual la escultura resulta nieta de la pintura, de manera que la plástica y la pintura nacen del dibujo. Dicen primeramente que, al examinar tales razones fuera de la sacristía tantas son y tan distintas las opiniones al respecto en el curso de los siglos, que difícilmente se le puede creer más a una que a otra, y que, considerando al fin la mayor nobleza (de la escultura), en ciertos aspectos pierden y en otros no ganan como podremos ver claramente en el proemio de las Vidas.

Después dicen que la pintura cuenta con más artes semejantes que la escultura, dado que la pintura abarca la invención de la historia, el dificilísimo arte del escorzo y todos los cuerpos de la arquitectura para poder hacer los caseríos y la perspectiva; colorear al temple y el arte de pintar al  fresco, tan diferente de todos los demás; también el de pintar al óleo sobre madera, piedra y lienzo, y el miniado, que es cosa muy especial; y pintar vidrios y hacer mosaicos de vidrio, taracear a colores, haciendo historias con maderas teñidas, que también es pintura. De la misma manera son pintura el esgrafiado en hierro, el nielado, y los grabados en cobre; los esmaltes de los orfebres, la aplicación del oro al damasquinado, pintar figuras vidriadas, la representación de figuras e historias en vasos de barro cocido, tejer los brocados con figuras y flores, y el hermoso invento de los tapices tejidos, considerando que es posible llevar la pintura a todas las partes por salvajes y civilizadas que estén. Por donde se vea, en todas estas artes es indispensable el correcto ejercicio del dibujo, que es cosa nuestra. Así pues mucho más útiles y numerosas son las ramas de la pintura. Ni niegan lo eterno, puesto que así la llaman, de las esculturas, pero dicen que no es un privilegio natural que ennoblezca a la escultura, sino una simple cualidad de la materia, porque si la longevidad le confiriese nobleza al alma, el pino ente las plantas y el ciervo entre los animales, tendrían un alma más noble que la del hombre. Y dicen (los pintores) que ellos igualmente podrían afirmar que sus mosaicos son tan eternos y nobles en cuanto a la materia como las esculturas, pues muchos de ellos pueden verse todavía, tan antiguos como las más antiguas esculturas de Roma. Y en lo del reducido número de escultures, afirman que ello no se debe a que tal arte requiera mejor disposición del cuerpo y un juicio mayor, sino a la escasez de los materiales que emplean, al poco favor y a la avaricia de los hombres ricos que no les resulta facil encontrar mármoles y dar ocasión de trabajar, como se puede ver y parece que se hizo en tiempos antiguos, cuando la escultura vino en alto grado. Y es que quien no dispone de cantidad de mármoles y piedras duras, las cuáles cuestan mucho también, no puede practicar este arte según conviene, siendo que quien no lo práctica no lo aprende y no se entera que puede hacerlo bien. Por esto dicen qué no deberían con estas causas jusificar el poco número de excelentes, y pretender con otras tomar su nobleza.

En cuánto a los mayores precios de las esculturas, responden que, aún cuando los de ellos son menores, ganan más, valiéndole con un muchacho que le muelen los colores y le prepare los pinceles o alguna predela pues gastan poco, pero los escultores, además del gran gasto en el material, necesitan mucha ayuda y poner mucho tiempo en una única figura, los pintores en tanto hacen muchas más; por lo que les parecen que los precios no tienen que ver con la calidad y duración de la materia, sino de las ayudas que requieren y del de tiempo que se les pone en trabajarlo, que de la excelencia del arte propio. Y cuando ésta no valga el precio principal, como sería facil cosa en quien proceda diligentemente en considerarla, que mejor precio que la maravillosa, belleza, y muy virtuosa y excelente obra que Apeles hizo a Alejandro el Magno no ofreciendo grandes tesoros, a su amada y bella Campsaspe (en Plinio el Viejo, historia natural); y se advierte, que Alejandro era joven, y estaba enamorado de ella y naturalmente al afecto de Venus supeditado, siendo rey y griego a la vez, y luego tomen este juicio a su gusto. A los amores de Pigmalión y de aquéllos otros pérfidos y no dignos de los hombres, citados para prueba de nobleza del arte, no saben que responderse a la ceguera de mente si es noble o una gran pervesión. Y de estos escultores en cuanto a hacer la escultura de oro y la pintura de plata, argumentan ellos, que tienen más dinero que juicio, no sería de razón disputar con él. Y concluyen finalmente que el antiguo vellocino del oro, por muy celebrado que esté era, sin embargo solo era un carnero sin inteligencia; no será prueba de las riquezas ni de los deseos impúdicos, sino de las letras, del ejercicio, de la bondad y del juicio que debe esperarse.

En esto no responden otra cosa que la al escasez de mármoles y los metales, y su propia pobreza es el origen de su grado principal de nobleza. y sin pudor ninguno afirman riendose que las extremadas fatigas del cuerpo y los peligros propios de las obras, sin algún malestar responden que mayores son los cansancios y los peligros que implican la nobleza, en el arte de extraer los mármoles de las canteras, empleando cuñas, los postes y las porras, serán más noble que la escultura, y siendo así el herrero sobre el orfebre y la albañileria sobre la arquitectura. Y dicen después que las verdaderas dificultades están más en el espíritu, no en el cuerpo, y que las cosas de naturaleza en que se tiene necesidad de estudio y de conocimiento principal, es más noble y excelente que las que se sirven de la fuerza del cuerpo; y que al valerse a los pintores de la virtud del espíritu más que ellos, este primer honor pertenece a la pintura. A los escultores les bastan los compases y escuadras para encontrar todas las proporciones y las medidas que tienen necesidad; a los pintores le son necesarios, además del conocimiento emplear bien los instrumentos de medir, y un aseado conocimiento de perspectiva, para poder colocar mil cosas, no solo paisajes o edificios; siendo necesario tener juicio para la cantidad de las figuras en una historia donde puede haaber más errores que en una única estatua.

Al escultor le basta con conocer las verdaderas formas y facciones de los cuerpos sólidos y palpables y supeditadas en todo al tacto el cual les manda; Es necesario que el pintor conoca las formas de todos los cuerpos rectos y los que no, y también la de los transparentes e impalpables; además es imprescindible que sepan qué colores conviene a estos cuerpos, y el gran numero y variedad de los colores, hecho universal y variada de manera casi infinita, lo demuestra más que nada las flores, los frutos y los minerales, cuyo conocimiento se adquiere y amplía con dificultad por la infinita variedad de ellos.

Dicen de la escultura que debido a la indocilidad e imperfección del material, solo puede representar los estados de ánimo con el movimiento, el cual sin embargo, no puede extenderse totalmente en ella, y con la posición de los miembros, pero tampoco en todos. Los pintores lo representan en todas sus formas, que son infinitas, con la posición de todos los miembros, por muy finos que éstos sean. ¿Quieren mayores pruebas? Con el aliento mismo y los espíritus de la vida, los cuales, cuando se alcanza la perfección en este arte, representan no sólo las pasiones y los estados de ánimo, sino además los accidentes por llegar, como sucede en la realidad, y para ello es necesario tener un conocimiento cabal de esa fisonomía. Al escultor le basta conocer la parte que considera la cantidad y la forma de los miembros, sin preocuparse de la cualidad de los colores. Quien tiene ojos sabe cuan necesario y útil es el conocimiento de los colores para imitar realmente a la naturaleza, y quien más se acerca a ella trabaja de manera más perfecta. Igualmente dicen que la escultura, quitando poco a poco, al mismo tiempo crea el fono y da relieve a las cosas que por naturaleza tienen un cuerpo, sirviéndose del tacto y la vista; en dos tiempos, los pintores dan fondo y relieve con la ayuda de un solo sentido, por lo cual, cuando el pintor es inteligente y conocedor de su arte, logra engañar placenteramente a muchos grandes hombres, por no decir que también a los animales, cosa que jamás ha ocurrido con una escultura, por no imitar a la naturaleza en forma tan perfecta como la pintura. Y finalmente, para responder por entero a la absoluta perfección de juicio de la escultura, afirmando en primer lugar que tales errores son, como dicen, incorregibles, no se puede poner remedio con parches, los cuales, como en los tejidos son cosa de pobres, en las esculturas y en las pinturas del mismo modo son cosas de pobres de talento y juicio. A continuación con paciencia y tiempo indispensable, por medio de los modelos, cimbras, los equipos, compases, escuadras y otros mil instrumentos con los que no solamente les defienden de los errores, también los conducen a la perfección, concluyen que esta dificultad, no es nada en relación a las que tienen los pintores al trabajar al fresco; y que dicha perfección de juicio no es más necesario en los escultores que en los pintores, es suficiente a aquéllos llevar los modelos a cera, barro u otro, como a éstos sus proyectos similarmente llevarlo a cartones; y que finalmente esto se reduce poco a poco de los modelos a los mármoles, solo con la paciencia del escultor, pero se llamará juicio, como quieren los escultores, si le es más necesario para quien trabaja al fresco que para quien talla los mármoles. por no tener lugar para la paciencia ni el tiempo, por no ser amigos de la unión de la cal y de colores, y porque el ojo no ve los colores verdaderos hasta que la cal no está bien seca, y el tacto solo puede juzgar si está bien seco; de modo que quien trabajara en la obscuridad o con gafas de colores la verdad, no creo que errara mucho; al contrario no dudo que tal juicio sea más conveniente en el trabajo de escultura, que para catalejos, justos y buenos, sirve la cera. Y dicen que en este trabajo es necesario tener un juicio resuelto, para preveer el final en el material blando antes de que este seque. Siendo que no se puede abandonar el trabajo, mientras que la cal esté fresca, y es necesario terminar en un dia lo que hace la escultura en un mes. Y que se ve quien tiene juicio y es excelente, antes del final del trabajo pues al poco tiempo empiezan a aparecer los parches las manchas, los colores superpuestos y la herrumbre, que son cosas despreciables y dan a conocer la deficiencia del artista exactamente como en la escultura. ("Tal ocurre a menudo cuando se lavan las figuras pintadas al fresco con el fin de renovarlas: todo lo pintado al fresco permanece, y lo pintado en seco y los retoques desaparecen al pasarles un esponja mojada", añadido en la Giuntina).

Añaden aún que dónde los escultores logran hacer un conjunto dos o tres figuras como mucho de un mármol, ellos en una sola tabla son capaces de mostrar varios aspectos de una misma figura, variando las poses , escorzos y actitudes, sin necesidad de tener que dar vueltas en torno para observarlas en una escultura. ("Esto lo logró ya Giorgione de Castelfranco en una de sus pinturas, con la cual volviéndose y teniendo dos espejos a ambos lados, y un espejo de agua al pie, en el cuadro muestra el reverso, en el espejo de agua el frente y en los espejos los lados; cosa que jamás ha podido hacer la escultura". Agregado en la edic. Giuntina) También aseguran que la pintura no deja elemento alguno que no sea ornato y plenitud de todas las excelencias que la naturaleza les ha concedido, dando ala aire su luz y sus tinieblas, con todas sus variedades e impresiones  y llenándola de toda clase de pájaros; a las aguas la transparencia, los peces, los musgos, las espumas, la ondulación de las olas, las naves y muchas otras de sus pasiones, a la tierra, los montes, las llanuras, las plantas, los frutos, las flores, los animales, los edificios, y con tal multitud de cosas, variedad de formas y realidad en los colores, cuantos la naturaleza misma los tiene de asombrosa manera; y dando al fuego tanto calor y tanta luz, que parecemos verlo arder en realidad, son sus llamas temblorosas, iluminando parcialmente las más oscuras tinieblas de la noche. Por estas razones, a ellos les parece concluir justamente cuando dicen que al comparar las dificultades de los escultores con las propia; las fatigas del cuerpo con las del ánimo; la imitación de una sola forma con la imitación de una enorme cantidad y variedad de cosas vistas con los ojos; el reducido número de cosas donde la escultura puede y demuestra su virtud, ante el enorme número de cosas que la pintura representa y conserva perfectamente para el intelecto, llevándolo a lugares que la naturaleza no ha creado, por todo ello, pues, afirman que la nobleza de la escultura en cuanto al ingenio, a la invención y al juicio de sus artífices, es mucho menor comparada con la pintura. Esto es lo que ha llegado a mis oídos por ambas partes, siendo lo más digno de tener en cuenta.

Siendo que me parece que los escultores hablan con mucho atrevimiento y los pintores con demasiada indignación, y tomando en cuenta que durante mucho tiempo he considerando las cosas que atañen a la escultura y mi largo ejercicio en la pintura, cualquiera que sea el fruto alcanzado en ella, pienso en la finalidad de este texto y en el deber de manifestar mi opinión acerca de esta polémica (valiendo la autoridad que en ello pueda tener) lo voy a hacer brevemente.

Estoy convencido de no suplantar con presunción o ignorancia, ni de escribir sobre artes ajenas para presumir ante el vulgo de conocer todas las cosas, como le ocurrió al peripatético Formión de Éfeso,(filósofo del siglo III adc.) cuya ignorancia y presunción hizo reír a Aníbal cuando aquél queriendo hacer ostentación de su elocuencia, se puso a hablar de las virtudes del gran guerrero. Digo pues que la escultura y la pintura son realmente hermanas nacidas del mismo padre, que es el dibujo, en un solo parto y al mismo tiempo, y que ninguna de ellas aventaja a la otra sino cuando la virtud y el poderío de quien las practica logra que una esté sobre la otra y no por diferencias ni por mayor grado de nobleza que realmente se pueda encontrar en ellas. Y, aunque tienen ciertas diferencias esenciales no son tantas ni tan especiales que no podamos contrapesarlas juntas ni darnos cuenta de la pasión, o la terquedad, más que el juicio, de quien pretenda que una es superior a la otra. Por esto con razón podemos decir que una sola alma alienta en dos cuerpos y creo  que hacen mal los que se ingenian en separar una de la otra. El cielo tal vez quiere engañar en tal cosa, en diferentes épocas ha hecho que nazcan muchos escultores que también han pintado y muchos pintores que hacían esculturas, como podremos ver en la vida de Antonio del Pollaiolo, de Leonardo da Vinci y de tantos otros. En nuestra época la bondad divina nos ha dado a Miguel Ángel Buonarroti, en el cual perfectamente relumbran estas dos artes, que tan parecidas y unidas lucen que los pintores se maravillan de sus pinturas y los escultores reverencian en grado sumo las esculturas que hace. Quizás para que no tuviese la necesidad de acudir a otro maestro capaz de colocar debidamente las figuras que hace, la naturaleza le concedió la ciencia de la arquitectura, y de tal modo, por sí mismo, sabe darles a sus propias figuras el lugar más honroso y conveniente. De modo que él, con todos los merecimientos, debe ser llamado escultor único, supremo pintor y no sólo excelentísimo arquitecto, sino verdadero maestro de arquitectura. Y con  certeza podemos afirmar que no andan errados quienes lo llaman divino, porque divinamente se han reunido en él las tres más plausibles e ingeniosas artes que pueden hallarse entre los mortales y con ellas, como si fuera un dios, nos enriquece de infinita manera. Y que esto baste en lo que respecta a la dicha disputa entre ambas partes y mi opinión sobre ella. Y volviendo a mi propósito inicial, el cual es mi deseo, mientras me asista la plenitud de mis fuerzas, el cual es: arrebatar a la voraz boca del tiempo los nombres de los escultores, pintores y arquitectos que desde Cimabue hasta aquí, hicieron en la Italia algo notable con excelencia, y deseo que mi cansancio no sea menos útil que lo agradable que me resultó su estudio.

Me parece necesaria, antes de empezar la historia, hacer con brevedad una introducción de estas tres artes y de los cuales debo escribir las vidas; de modo que cada hermoso espíritu oiga primero las cosas más notables de sus profesiones, sirviendo con agrado y utilidad para pueda conocer abiertamente en que fueran las diferencias, y con que dieron belleza y hermosura a las patrias de ellos y que pueda valer para la industria y el conocimiento de aquéllos.

Comenzaremos pues la arquitectura, como el más universal y más necesario y útil a los hombres, y a cuyo servicio y adorno están las otras dos; y brevemente demostraré la diversidad de las piedras, las maneras o modalidades de construir con sus proporciones, y como reconocer las buenas fábricas a quien le importe. Después, al razonar de la escultura, diré como se trabajan las estatuas, y la forma y la proporción que se debe esperar en ellas; y cuales son buenas esculturas, con toda la instrucción más secreta y necesaria. Por último discurriendo de la pintura, diré del dibujo, de las modalidades de colorear, de la perfeción para llevarlos a cabo, de la calidad de las pinturas y lo necesario para llegar a conseguirlo, de las clases de mosaico, del nielado, de los esmaltes, de trabajos en damasquinado y finalmente de los grabados. Y con estas cosas me persuado de que este cansancio mío divertirá a quienes no estén en el ejercicio, tanto como a los que están en la profesión. Porque, en la introducción revisarán las modalidades, y en las vidas de los autores aprenderán dónde están sus obras y a conocer fácilmente la perfección o imperfección de aquéllas y a distinguir entre una manera y otra manera, y podrán darse cuenta de cuantas merecen elogio y honor, y quienes a la virtud del arte acompañan honestos hábitos y bondad de vida; y encendidos estos de las alabanzas alcanzadas por los hechos, los elevarán aún más a la verdadera gloria. Nacido él fruto de la historia, será verdadera guía y maestra de nuestras obras, al leer los distintos y diversos casos de los autores tratados, algunos por su culpa y muchos otros de la fortuna.

Tengo pendiente pedir disculpas por las veces que he empleado algunas voces que nos son toscanas, no quiero extenderme en ello, al emplear las voces y las palabras particulares y propias de nuestros artistas, a la elegancia y delicadeza de los escritores. Que sea legal emplear en su lengua las voces de nuestros autores, y sean contentos cada uno con mi buena voluntad, la cual me movió a hacer esta obra, no para enseñar a otros, no es asunto mio, pero con el deseo de conservar al menos esta memoria de los autores más celebrados, puesto que en tantas decenas de años no supe ver aún que se haya hecho mucho en su recuerdo. Con mi tosco trabajo he querido saldar mis obligaciones con los egregios hechos, y devolverles en alguna manera la obligación que tengo a sus obras que me ayudaron a aprender esto que sé, en vez del maligno ocio, viviendo de la crítica, y censurando las obras de otros, acusándolos y corrigiéndolos como es costumbre en estos tiempos. Pero ha ya tiempo de ir al asunto.

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