LIBRO I
Habiendo de escribir acerca de la Pintura en estos breves comentarios, tomaré de los Matemáticos, para hacerme entender con mas claridad, todo aquello que conduzca a mi asunto. Entendido esto, explicaré lo mejor que pueda qué cosa sea la Pintura, siguiendo los mismos principios de la naturaleza. Pero en mi discurso doy por advertencia que hablaré no como Matemático, sino como Pintor; pues los Matemáticos consideran con solo el entendimiento la especie y la forma de las cosas, separadas de toda materia. Mas como mi intento es que el asunto quede claro y palmario, usaré en mi escrito de un método y estilo adecuado a todos:, y me daré a la verdad por muy satisfecho, si llegan a entender los Pintores, leyéndole, una materia tan difícil como esta, de la que hasta ahora nadie, que yo sepa, ha tratado por escrito. Por tanto suplico que no interpreten esta obra como hecha por un Matemático, sino como de un Pintor.
En primer lugar es preciso saber que el punto es una señal (digámoslo as¡) que no se puede dividir en partes. Aquí llamo yo señal a cualquiera cosa que se halle en una superficie, de modo que la pueda percibir la vista: pues todo lo que La vista no pueda alcanzar, nadie afirmará que tenga conexión alguna con el Pintor, pues el fin de este es imitar todo lo que se distingue con el auxilio de la luz.
Estos puntos si se fueran poniendo uno después de otro formarían una línea, la cual para nosotros será cierta señal capaz de dividirse en partes a lo largo; pero al mismo paso tan sutil, que de ningún modo se podrá hender (A).
La línea puede ser recta, y puede ser curva. Línea recta es una señal que se dirige en derechura desde un punto a otro a lo largo. Línea curva es la que se tira de un punto a otro, no por derecho, sino haciendo arco. Uniendo muchas líneas como se unen los hilos en una tela, se formará una superficie, que es el término o extremo de un cuerpo, que se considera con longitud y latitud, que son cualidades suyas, pero sin profundidad. Estas cualidades están algunas de ellas tan inherentes en la misma superficie, que no se pueden remover de ella, a menos que del todo no se altere. Otras hay de tal modo, que subsistiendo siempre la misma superficie, hieren a la vista de manera, que al parecer queda aquella variada para el que la mira. Las, cualidades perpetuas de la superficie son dos: la una es la que presenta a la vista el circuito o término en que se incluye, al cual llaman algunos horizonte; pero nosotros, si acaso nos es lícito, en virtud de cierta semejanza, lo llamaremos, valiéndonos del Latín a área, o sea dintorno, el cual podrá terminarse por una sola línea, o por varias; por una, como la línea circular; por varias, como una recta y una curva, o por muchas rectas o por muchas curvas. Línea circular es la que abraza y contiene en si todo el espacio del círculo. Este es una superficie circundada de una línea como corona. Si en medio de cata superficie se hace un punto, lodos los rayos que en línea reta vayan desde este punto a la corona o circunferencia serán iguales entre sí. Este punto se llama centro del círculo, y la recta que divida en dos partes a este y pase por aquel, se llama entre los matemáticos diámetro. A esta recta la llamaremos nosotros céntrica; y quede aquí sentado lo que dicen los Matemáticos que ninguna línea que corte a la circunferencia, puede formar en ella ángulos iguales sino la que pasa por el centro.
Pero volvamos a la superficie: de todo lo que he dicho arriba se entiende fácilmente cómo puede una superficie, variando la dirección de sus últimas líneas, o mas bien su dintorno, perder la figura y nombre que antes tenía, llamándose ahora triangular la que antes era cuadrangular o de más ángulos. Dícese mudado el dintorno siempre que se aumenten las líneas y los ángulos, o se alarguen o acorten aquellos y estos se hagan más obtusos o más agudos. Aquí parece del caso decir algo acerca de los ángulos. Ángulo es el que forman dos líneas que se cortan en la extremidad de una superficie; es de tres especies, escuadra, menor que escuadra, y mayor que escuadra. La escuadra o ángulo recto es uno de aquellos cuatro ángulos que forman dos líneas rectas que mutuamente se cortan, de modo que cada ángulo es igual a cada uno de las otros tres; por lo que es sentado que todos los ángulos rectos son iguales entre sí. El ángulo menor que escuadra, o agudo, es aquel que es menor que el recto esto es, que está menos abierto. Ángulo mayor que escuadra o obtuso es el que está más abierto que la escuadra.
Volvamos otra vez a la superficie. Ya hemos dicho de qué modo se la da una cualidad por medio del dintorno; ahora resta que hablar de la otra cualidad que tiene la superficie, la cual (digámoslo así) es coma una piel extendida sobre la cara de la superficie. Esta se divide en tres, plana o uniforme, esférica o abultada, cóncava o ahondada. A estas se añade la otra superficie que se compone de las dichas, de la cual trataremos luego; pero ahora hablaremos de las primeras.
Superficie plana es aquella, sobre la cual si se pone una regla, tocará, igualmente en todas sus partes como la superficie del agua que esté muy limpia y tranquila. La superficie esférica imita al dintorno de una esfera, y esta es un cuerpo redondo que puede dar vueltas por cualquier lado, y en en centro hay un punió del cual distan igualmente todas la» partea de la esfera. Superficie cóncava es aquella que interiormente está como al revés de la esfera; como la superficie de un huevo mirado por dentro. Superficie compuesta es la que tiene una parte plana, y la otra cóncava o redonda, como la superficie de una caña, o la superficie exterior de una columna o pirámide cónica.
A B C ángulo recto. D E F obtuso. F E G agudo. H superficie plana. M esférica. N cóncava. O compuesta. Lámina I
Aquí se ve cómo las cualidades que se hallan, o en el circuito o en la cara de la superficie, la han dado diversos nombres. Las otras cualidades que sin alterar la superficie varían su figura, son también dos; pues mudando la luz o el sitio en que está, parece diferente la superficie a quien la mira. Hablaremos primero del sitio, y luego de la luz; porque a La verdad es preciso considerar de qué modo se mudan al parecer las cualidades de una superficie, solo porque se mueve de un sitio a otro. Todo esto concierne a la fuerza y virtud de los ojos; porque es forzoso que los dintornos se representen a la vista, o mayores o menores,
ó del todo diferentes de lo que antes eran, por causa de la separación o mudanza del sitio; o también que la misma superficie parezca que ha aumentado o diminuido su color. Todas estas cosas las medimos y discurrimos con la escuadra; y el modo de hacer la operación con ella lo explicaremos ahora. Es sentencia. de los Filósofos que las superficies se han de examinar por medro de ciertos rayos, ministros de la vista, a quienes se llama visuales: esto es, que estos rayos llevan la imagen del objeto a la fantasía. Estos mismos rayos que van desde la superficie a la vista con una prontitud y sutileza admirable que por naturaleza tienen, se propagan con mucha claridad, guiados de la luz, y penetrando el aire y demás cuerpos rarefactos y diáfanos, hasta que encuentran con algún cuerpo denso y no muy oscuro, en donde hieren y se detienen. Entre los antiguos se disputó mucho sí estos rayos salían de los ojos o de la superficie que se miraba; pero esta contienda tan escabrosa, como no necesaria para nosotros, la omitiremos. Y así imaginaremos a estos rayos como unos hilos sutilísimos, que afirmados por el un cabo en el objeto van en derechura al ojo, en cuyo centro se forma la visión, Aquí están amontonados 1*, y propagándose luego a larga distancia, siempre en línea recta, se dirigen a la superficie que se les pone delante. Entre estos rayos hay alguna diferencia, que es forzoso saber, porque son diversos en la fuerza y en oficio: unos hiriendo el dintorno de la superficie, comprenden toda su cualidad; y como van volando de modo que apenas tocan las partes extremas de la superficie, los llamaremos rayos extremos. Véase la Lámina II, y adviértase que esta superficie se demuestra de cara para que se puedan ver los cuatro rayos extremos que se dirigen a los cuatro puntos principales y últimos de ella.
Otros rayos, o recibidos o procedentes de toda la cara de la superficie, hacen su oficio dentro de aquella pirámide, de que hablaremos mas abajo: estos reciben en si los mismos colores y luces que tiene la superficie, y por esto los llamamos rayos intermedios Lámina II. Todo el cuadro es una sola superficie; pero estando dentro inscrito un octágono, se figuran los rayos intermedios, que van desde el ojo a los puntos de los ángulos de la figura.
Entre los rayos hay también uno que siendo en todo semejante a la línea que llamamos céntrica, se puede igualmente llamar céntrico o del centro; porque insiste en la superficie; de modo que por todas partes engendra en torno de él ángulos ¡guales.
Esto supuesto, tenemos ya rayos de tres especies, extremos, intermedios y céntricos. Ahora averiguaremos el efecto que hace en la vista cualquiera de ellos, tratando primero de los extremos, luego de los intermedios, y por último de los céntricos. Los rayos extremos comprenden la cuantidad, Cuantidad es el espacio que se halla entre dos puntos separados del dintorno que hay en la superficie, cuyo espacio lo comprende la vista con estos rayos extremos, como si fueran un compás; y en una superficie hay tantas cuantidades cuantos son los puntos separados en un dintorno, uno en frente del otro. Nosotros con el auxilio de nuestra vista conocemos la longitud, mediante su altura o su profundidad; la anchura mediante los lados; el grueso mediante la parte cercana o la remota; y cu fin todas las demás dimensiones, sean las que sean, las comprendemos con estos rayos extremos. Por esto se suele decir que la visión se hace por medio de un triángulo, cuya base es la cuantidad que se ve, y los lados son los mismos rayos que salen de los puntos de la dicha cuantidad y van derechos al ojo. Esto es evidente, pues ninguna cuantidad se puede ver sino con este triángulo. Los lados de esta triángulo visual son manifiestos, y los ángulos dos, que son aquellos que insisten en los dos puntos de la cuantidad. El tercer ángulo es el que se forma en el ojo en frente de la base. Lámina III A B C se puede llamar la pirámide.
Aquí no ventiláramos si esta visión so forma en el nervio óptico, o si se representa la imagen en la superficie del ojo, como si fuera un espejo animado; pues en este Tratado no se han de explicar todos los oficios de los ojos para la acción de ver; sino que solo expondremos aquellas cosas que parezcan mas necesarias. Estando, pues, el principal ángulo de la vista en el ojo, ha dado fundamento a la regla siguiente; y es, que cuanto mas agudo sea este ángulo, parecerá menor la cuantidad que se ve. Por donde se manifiesta claramente la razón de disminuirse un objeto al parecer visto desde larga distancia hasta que casi queda reducido a un punto. Pero con todo esto muchas veces sucede que cuanto más próxima se pone a la vista una superficie, tanto menor parece; y cuanto mas se aparta, se va haciendo mayor; lo cual se advierte distintamente en las superficies esféricas. Queda, pues, sentado que los cuantidades, según el intervalo interpuesto, parecen a la vista mayores o menores; de cuya razón el que esté bien hecho cargo, no dudará que muchas veces acaece convertirse los rayos intermedies en entremos, y estos en aquellos, mudándose el intervalo. Paro lo cual se ha de saber que cuando los rayos intermedios se conviertan en extremos, parecerá menor la cuantidad mirada; y al contrario, cuando los extremos se vuelvan intermedios, recogiéndose al dintorno, cuanto mas disten de este, tanto mayor parecerá la cuantidad. Sobre este punto suelo yo dar una regla; y es, que cuantos mas rayos abracemos con la vista, tanto mayor debemos pensar que sea el objeto o cuantidad que vemos y cuantos menos rayos, mas pequeño será el objeto, Últimamente como los rayos extremos abrazan por todas parles el dintorno de una superficie, la rodean toda como si fuesen un foso, Y así decimos que la visión se forma mediante una pirámide de rayos.
Ahora es menester decir lo qUe es pirámide. Pirámide es un cuerpo largo, y todas
las líneas que se tiran de la base al cúspide rematan en un punto. La base de la
pirámide es la superficie que se mira , y los lados son los rayos visuales que
llamamos extremos. El cúspide de la pirámide está dentro del ojo en donde se
forman los ángulos de la cuantidad, y baste de explicación de loa rayos
extremos que forman la pirámide, mediante la cual se ve lo mucho que importa
saber cuáles y cuántos intervalos hay entre la vista y la superficie.
Tratemos ahora de los rayos intermedios, que son aquella multitud de rayos que
se encuentran dentro de la pirámide, rodeada de los rayos extremos. Su oficio
es el mismo que el del camaleón, según dicen, y algún otro animal, que lleno de
terror toma el color de la cosa que halla más cercana pasa que no le atisben los
cazadores. Esto es lo que hacen los rayos intermedios, pues con el contacto de
la superficie se tiñen basta el cúspide de la pirámide de la variedad de
colores y luces que encuentran: de tal manera que en cualquiera parte que se les
cortase representarían allí mismo los propios colores y luces de que van
impregnados. Se ha observado que estos rayos intermedios en un intervalo muy
largo llegan a faltar y debilitan la visión; y la razón es esta. Así estos rayos
como los demás visuales van llenos de colores y luces a penetrar el aire; y como este se halla impregnada de partículas gruesas, sucede muchas veces que
al pasar, los abate el mismo peso del aire; por lo cual cuanto mayor es
la distancia parece la superficie mas oscura y confusa.
Vamos ahora al rayo céntrico. Llamamos así a aquel que solo
hiere en la cuantidad, de manera que forma por todas partes ángulos iguales.
Este rayo es seguramente el más activo y eficaz de todos, y es innegable que
ninguna cuantidad parecerá mayor a la vista, que cuando se halle en ella el rayo
céntrico. Muchas cosas se pudieran contar de la fuerza que tiene este rayo pero
baste decir solo que todos los otros lo fomentan a este, y le tienen en medio
como para favorecerle de común acuerdo, de suerte que con razón se le puede
llamar el principal de los rayos. Lo demás se omite, porque parece que es mas
propio para ostentar ingenio, que para el asunto que hemos emprendido. En otras partes se dirá mas
acerca de los rayos.
Los rayos intermedios del octágono se pueden considerar como una pirámide de
ocho lados dentro de otra de cuatro.
Baste, pues, de la explicación de aquellas cosas, conforme lo exige la brevedad de un comentario, do las que nadie duda que suceden así;, y me parece que se ha demostrados suficientemente que en mudándose el intervalo o la posición del rayo céntrico, inmediatamente se altera la superficie, representándose o menor o mayor, o diversificada en cuanto al orden de sus líneas o ángulos. Por lo cual es evidente que la distancia y el rayo céntrico contribuyen mucho a la exactitud de la vista.
Hay también otra razón por la cual parece a la vista la superficie deforme y variada; esta es el golpe de luz que recibe, Esto se puede advertir en la superficie esférica y en la cóncava, en donde, si no hay mas que una luz, quedará de una parte bastante oscura, y de la otra mas clara. Y aun manteniéndole con el primer intervalo, y firme la primera, posición del rayo céntrico, con tal que la superficie se halle con la luz diferente, se verá como todas aquellas primeras partes que con la luz estaban aclaradas, quedan oscuras con la mutación de ella, y las oscuras aclaradas: Además; si hay muchas luces alrededor, habrá diversas claridades y oscuridades en una superficie de este modo, que variarán según la cantidad y fuerza de las mismas luces, Esto lo demuestra la experiencia.
Aquí me parece debido decir algo acerca de las luces y
colores Que los colores se varían mediante las luces, es evidente; pues ninguno se representa
a nuestra vista en la sombra de la misma manera que cuando dan en él los rayos
luminosos: porque la sombra confunde al color, y la luz lo aclara y
despeja. Dicen los Filósofos que no se puede ver cosa alguna, si no está
bañada de luz y de color, pues entre estos y aquello hay una grande unión para a
contribuir a la visión; la cual es tan grande, que en faltando la luz, van
también oscureciéndose poco a poco los colorea hasta que se ocultan; y en
volviendo la claridad, vuelven igualmente los colores a nuestra vista por la
virtud de aquella. Siendo esto así, será bien tratar primero de los colores, y
luego investigaremos de que modo su varían estos con la luz. Dejemos aparte las
disputas filosóficas sobre cuál es el nacimiento y origen de los
colores, pues nada le importa al Pintor saber de que modo se engendra el color
de la mixtión del raro y del denso, o del cálido y seco, o del frío y húmedo. No por eso
dejo de estimar a los que disputan filosóficamente sobre este punto, afirmando
que los colores primitivos son siete; que el blanco y el negro son
los extremos, entre los cuales hay uno que está en medio, y que entre cada
uno de estos extremos y el medio hay otros dos en ambas parles: y porque el uno
de estos se aproxima masa al un extremo que al otro, lo colocan de modo que
parece dudan en donde ponerle. Al Pintor le basta saber cuáles son los colores,
y de qué modo se ha de servir de ellos en la Pintara. No quisiera que me
reprendieran algunos sabios, que siguiendo el parecer de varios Filósofos, dicen
que en la naturaleza de las cosas solo se encuentran dos colores verdaderos, que
son el blanco y el negro, y que todos los demás nacen de la unión de
estos, Yo, como Pintor, comprendo por esta proposición que de la mixtión de loa
colores se originan otros infinitos; pero para los Pintores son cuatro los
colores primitivos, así como son cuatro los elementos, de los cuales nacen otras
muchas especies diferentes. Hay el color del fuego, que es el rojo; hay el
del aire, que se llama azul;, el del agua, que es el verde, y el de la tierra,
que es el amarillo. Todos los demás colores se hacen con la mezcla de estos,
como sucede al diáspro y al pórfido. Son, pues, cuatro loa géneros de colores de
los cuales mediante la mezcla del blanco y del negro se engendran
innumerables especies; pues en las yerbas, que son verdes, vemos que van
perdiendo la belleza de su color por grados hasta que se vuelven casi blancas.
Lo mismo advertimos en el aire, que tal vez toma el color de algún vapor blanco
hacia el horizonte, y luego vuelve poco a poco al suyo primero. En las rosas se
puede experimentar lo mismo; pues algunas tienen el color tan encendido, que se
aproxima mucho al carmesí; otras tienen el colorido de las mejillas de
una doncella, y otras parecen blancas como el marfil. El color de la tierra
también tiene sus diferencias mediante la mezcla del blanco y del negro, pues la mezcla del blanco no muda el género del color, sino que
origina otra especie diferente: y la misma virtud tiene el negro, pues con su
mezcla se originan varias especies. Todo lo cual está muy arreglado a la
naturaleza, pues todo color se altera con las sombras, y se hace diferente de lo
que era; porque aumentándose la oscuridad se disminuye la claridad y la blancura
del color, y en aumentándose esta se acrecienta su esplendor, Por esto puede
tener entendido el Pintor, que el blanco y el negro no son colores
verdaderos, sino los trasformadores suyos digámoslo así. Verdad es que en la
Pintura no se ha encontrado mas que el blanco para expresar el mayor grado de
luz, y el negro para representar las tinieblas y su oscuridad. Además: en ninguna
parte se hallará el blanco o el negro, que no caiga bajo algún genero de
color.
Ahora tratemos de la fuerza de la luz. La luz proviene o de las constelaciones, como del sol, de la luna
o del lucero de la
mañana, o de
las luces materiales y del fuego. Entre estos dos géneros hay gran diferencia.
La luz, del cielo produce sombras casi iguales, al cuerpo; pero el fuego las
origina mayores que el mismo cuerpo. Las sombras provienen de estar
interceptados los rayos de la luz; los rayos interceptados o reflejan hacia
otra parte, o se reflejan sobre si mismos. Reflejan hácia otra parte, como
cuando los rayos del sol hieren en la superficie del agua, y resaltan al lado
opuesto; y toda reflexión se hace según los Matemáticos con ángulos iguales
entre sí; pero esto pertenece a otra parte de la Pintura. Los rayos que
reflejan se tiñen de aquel color que encuentran en la superficie en que reflejan
o reverberan.
Esto se advierte cuando vemos a alguna persona en un prado, y su semblante parece verde.
Ya he hablado de las superficies, de los rayos, del modo quo
se forma la
pirámide visual y sus triángulos; he probado cuanto importa el que el intervalo,
la posición del rayo céntrico, y la percepción de la luz. se determinen con
certeza: he dicho como se puede ver de una mirada, no una superficie sola,
sino muchas; y así, supuesto que se ha tratado con alguna extensión de cada
género de superficie, falta ahora averiguar de qué modo se representan a la
vista muchas superficies a un mismo tiempo. Cada superficie se halla particularmente
con su respectiva luz y colores, y con su pirámide visual; y
como los cuerpos están cubiertos de varías superficies, todas las cuantidades
de cuerpos que vernos, y todas las superficies producen una sola pirámide que
incluye tantas pirámides menores, cuantas son las superficies que comprenden los
rayos visuales a un mismo tiempo. Siendo esto así, dirá tal vez alguno ¿que
necesita el Pintor de tanta consideración? ¿Qué utilidad le puede traer
esto para la Pintura? A lo cual respondo que todo esto le ayudará para ser
Maestro excelente en su arte, siempre que llegue a conocer exactamente las
diferencias de las superficies y sus proporciones; lo cual son pocos los que han
llegado a saberlo. Pues si por casualidad se les pregunta qué efecto es el
que buscan en en el colorido que dan a tal superficie, a cualquiera otra cosa
responderán con más tino qua a esta, quedándose sin poder dar la razón del trabajo
que hacen. Por esto suplico a los Pintores estudiosos me estuchen; pues
el aprender cosas que pueden ser de provecho nunca ha dañado a nadie por hábil que
sea. Y sepan que cuando trazan con líneas una superficie, y van cubriendo de
color el dibujo que han hecho, el efecto que buscan es que en una sola
superficie se representen otras muchas, no de otro modo que sí la tal
superficie fuese de vidrio o de otra cosa trasparente, para
que por ella penetrase la pirámide visual, con cuyo medio se viesen
distintamente los cuerpos verdaderos con intervalo determinado y lijo, con
segura disposición del rayo céntrico, y con luz permanente en sus lugares
debidos. Que esto es así lo acreditan los mismos Pintores, cuando se retiran de
la obra que trabajan para considerarla desde lejos, pues entonces guiados por la
misma naturaleza van buscando el cúspide de la pirámide, juzgando que desde tal
sitio descubrirán y podrán hacer mejor juicio de la pintura, Y como esta sea
solo una superficie de tabla, o una pared, en donde procura el Pintor
representar muchas y varias superficies y pirámides comprendidas en una sola
pirámide grande, será necesario que se corte en alguna parle esta pirámide
visual, para que en este sitio pueda expresar el Pintor con líneas y colores los
dintornos y colorido que demuestra la dicha sección o corte. Siendo esto así los
que miran la superficie pintada, ven el corte de la pirámide: por lo que el
cuadro pintado será la sección de la pirámide visual con determinado espacio o intervalo, con su centro y luces particulares, representado todo en una
superficie con líneas y colores Sentado, pues, que el cuadro pintado es la
sección de la pirámide, es menester investigar todos los medios por donde se
pueda percibir distintamente cuanto se halle en dicho cuadro o sección.
Hablaremos otra vez de las superficies, desde las cuales se ha demostrado ya que
salen las pirámides que se han de cortar con la pintura. De estas superficies
unas están tendidas en tierra, como los pavimentos o el espacio que hay entre
los edificios, o algunas otras que están igualmente distantes de dichos
espacios. Otras superficies están verticales como las paredes y demás
superficies, cuyos lineamientos siguen la misma dirección que las paredes.
Dícese que tales superficies están igualmente lejanas entre sí, cuando la distancia que las separa es
una misma por todas partes. Las superficies, cuyos lineamientos siguen la misma
dirección que las paredes, son aquellas que por todas parles las loca una línea
recta continuada, como las superficies de las pilastras que se ponen en
progresión en una estancia, Todo esto se ha de añadir a lo que se ha dicho
antes acerca de las superficies, y sobre todo lo explicado acerca de los rayos así
extremos como intermedios y céntrico; y acerca de la pirámide visual se
tendrá presente aquella proposición de los Matemáticos que dice: si una a
recta corta un triángulo de modo que forma otro menor y queda paralela a la
base del primero, los lados del triángulo menor serán proporcionales a los del
mayor. Así explican los Matemáticos esta proposición; pero para que sea mas
inteligible a los Pintores, haremos una explicación más clara. Primeramente
es preciso saber qué cosa es la que aquí se llama proporcional, Llamamos
triángulos proporcionales a aquellos, cuyos lados y ángulos tienen entre sí igual conveniencia: de modo que si el un lado de
un triángulo es mayor que la
base de dos partes y media o tres, todos los demás triángulos, sean mayores o menores, que tengan esta misma correspondencia entre sus lados y la base,
serán proporcionales; pues el mismo respecto que tiene esta parte a la otra en
el triángulo mayor, tendrá la otra a su correspondiente en el menor. Todos los
triángulos, pues, hechos de este modo se llamarán entre nosotros proporcionales y para que
se entienda mejor pondremos un ejemplo. Un hombre de estatura
pequeña será proporcional a otro muy alto por la medida, del codo; con tal que
se emplee la misma proporción de palmo y pie para medir todas las partes del
cuerpo en Evandro que cu Hércules, del cual dice Gelio que era de estatura prócer, tanto que sobresalía entre
todos No hubo
diferente proporción entre los miembros de Hércules que entre los del gigante Anteo;
y así como en cada uno de estos correspondía la mano al codo, y el codo a la cabeza y demás miembros con igual medida entre ellos lo mismo sucederá en
nuestros triángulos, entre los cuales habrá un cierto genero, de medida, por la
cual los pequeños corresponderán a los grandes en todo menos en el tamaño.
Entendido esto bien diremos, según la proposición matemática contraída a nuestro
asunto, que la sección de cualquier triángulo, siendo paralela a la base, forma un
triángulo semejante, como dicen, al triángulo mayor, y según nosotros
proporcional. Y por consiguiente en todas aquellas cosas que son entre si proporcionales,
sus parles son también entres si correspondientes; y cuando los todos no son correspondientes, tampoco las partes serán proporcionales. Las
partes del triángulo visual, esto es, las líneas son rayos, los cuales en la visión de
cuantidades proporcionales en la Pintura, serán iguales en cuanto al número;
y en las que no sean proporcionales, no serán iguales: porque una de las
cuantidades no proporcionales ocupará tal vez mas número de rayos o menos. Sabido, pues, ya de qué
modo es proporcional un triángulo menor a otro mayor, y teniendo presente que la
pirámide visual se compone de triángulos; contráigase todo nuestro discurso y
explicación que hemos hecho de los triángulos a la pirámide, y téngase por
cierto que ninguna de las cuantidades vistas en la superficie, sí son
paralelas a la sección, hace alteración alguna en la pintura; porque son
verdaderamente cuantidades equivalentes y proporcionales en toda sección
paralela a sus correspondientes. Lo cual siendo así, se sigue que la pintura no padece
alteración alguna en sus dintornos, n¡ se alteran las cuantidades que llenan
el espacio o campo, y miden los dichos dintornos; y que toda sección de la
pirámide visual, paralela a la superficie que se mira, es igualmente
proporcional a la dicha superficie.
Ya hemos hablado de las superficies proporcionales a la sección, esto es, de las
que están igualmente distantes de la superficie pintada. Pero como nos veremos
en lo necesidad de pintar diversas superficies, que no serán equidistantes,
debemos estudiar estas con más diligencia, para poder conocer alguna razón de la
sección; y como sería sumamente difícil, y muy oscuro y prolijo explicar
todo lo concerniente a la sección del triángulo o pirámide, según el estilo de
los Matemáticos, trataremos el asunto a la manera de los Pintores, Digamos
algo de paso primeramente de las cuantidades que no son equidistantes, con
cuya noticia será fácil entender la explicación de las superficies que tampoco
son equidistantes. Entre estas hay algunas cuyas líneas son en todo semejantes a los rayos visuales, y otras que están
a igual distancia que estos. Las
cuantidades semejantes a los rayos visuales, como no forman triángulo, y no
ocupan el número de los rayos, no ganan lugar alguno en la sección. Pero las
cuantidades que están a igual distancia de los rayos visuales, cuanto mas obtuso
sea el ángulo que está en frente de la base, tanto menor número de rayos
recibirá aquella cuantidad, y menos espacio tendrá para la sección. Hemos
dicho que la superficie se cubre de la cuantidad, y respecto a que comúnmente
sucede hallarse en una superficie alguna cuantidad, que será equidistante de la
sección, sin que lo sean las demás cuantidades de la misma superficie; por esta
razón, solo, aquellas cuantidades equidistantes en la superficie son las que no
padecen alteración alguna en la pintura. Pero las cuantidades que no sean equidistantes, cuanto
más
obtuso sea el ángulo en frente de la base, tanta más alteración padecerán.
Finalmente, a todo esto se debe añadir aquella opinión de los Filósofos, que
dice; que si el cielo, las estrellas, los mares y los montes, los animales, y
últimamente todos los cuerpos se hicieran la mitad menores de lo que son, no
parecería que se habían disminuido cosa alguna del tamaño que ahora tienen;
porque la magnitud, pequeñez, longitud, altura, profundidad, estrechez y
latitud, la oscuridad, claridad, y las demás cosas que se pueden hallar o no
hallar en todo, las llamaron los Filósofos accidentes, los cuales son de tal
manera, que solo se les Miedo conocer exactamente por comparación. Dice Virgilio
que a Eneas le llegaban los demás hombres a los hombros pero s¡ Eneas se
comparase con Polifemo, parecería pigmeo. Dicen que Euríalo era muy hermoso;
pero comparado con Ganímedes, aquel a quien arrebató Jove, parecería feo. En
algunos países se tienen por blancas algunas mujeres que trasladadas a otro
serian negras. El marfil y la plata son de color blanco, pero al lado de los
Cisnes y de las telas de lino ya no lo son tanto. Por esta razón parecen las superficies en la Pintura muy
bellas y resplandecientes, cuando en ellas se
advierte aquella proporción del blanco al negro que hay en ]as cosas naturales
de la claridad a las sombras. Y así todo esto se advierte por medio de la
comparación, pues en el cotejo de una cosa con otra se encuentra cierta fuerza,
con la cual se echa de ver lo que hay de mas o de menos, o la igualdad. Por esto llamamos grande
a aquello que es mayor que otra
cosa menor, y grandísimo a lo que es mayor que lo grande; luminoso a lo que es mas claro que lo oscuro, y
clarísimo a lo que tiene aun más luz que lo que decimos luminoso. Y la comparación
se hace siempre con aquellas tosas que son más conocidas; y por esto siendo el
hombre la cosa mas conocida entre todas las demás, dijo Protágoras que era el
modelo y la medida de todas las cosas; entendiendo por esto que los accidentes
de todas las cosas se pueden conocer y comparar con las del hombre. Todo esto
nos enseña que todas aquellas cosas, que pintemos parecerán a la vista grandes o pequeñas, según el tamaño que en la pintura demos al hombre. Esta fuerza de la
comparación juzgo que nadie la llegó a comprender tanto entre los antiguos como
Timantes, el cual pintando a un Cíclope dormido en una tabla pequeña, lo puso al
lado de unos Sátiros que le abrazaban el dedo gordo del pie, para que pareciese
su
estatura enorme comparada con la de los Sátiros.
Hasta aquí hemos hablado de
casi todo lo que pertenece a la virtud de la vista, y al conocimiento de la
sección de la pirámide visual; pero como conduce mucho a nuestro propósito el
saber cuál sea esta sección, y de qué modo se hace, falta decir la manera y el
arte con que se expresa en la Pintura. Para esto me parece mejor decir lo que yo
hago cuando me pongo a pintar. Para pintar, pues, una superficie, lo primero
hago un cuadro o rectángulo del tamaño que me parece, el cual me sirve como de
una ventana abierta, por la que se ha de ver la historia que voy a expresar, y
allí determino la estatura de las figuras que he de poner, cuya longitud la
divido en tres partes. Estas para mi son proporcionales a aquella medida que
comúnmente llaman braza; pues, según se advierte claramente en la proporción del
hombre, su regular longitud es de tres brazos o brazas (B). Con esta medida
divido la línea que sirve de base al rectángulo, y anoto las veces que entra en
ella esta línea es para mi proporcional a la mas próxima cuantidad equidistante
que se ve en aquel espacio al través. Hecho esto,
señalo un punto, adonde se ha de dirigir principalmente
la vista, dentro del rectángulo, el cual ocupará el mismo sitio en que debe
insistir el rayo céntrico, por lo que le llamo punto del centro. Este punto se
colocará en parage conveniente, no mas alto que la altura que se señala a las
figuras en aquel cuadro; con lo cual tanto los objetos pintados, como quien los
mira parece que están en un mismo plano. Señalado el punto del centro, tiro
rectas desde todas las divisiones de la línea de la base a él, las cuales, me
demuestran el modo con que se van disminuyendo las cuantidades que miro al
través, cuando me hallo en la precisión de llegar con los objetos hasta el
último término del cuadro. Lámina V.Algunos tirarían una paralela
a la línea de la base del rectángulo, ya dividida,
y dividirían además en tres partes iguales el espacio que comprenden las dos
rectas. Luego tirarían otra paralela a la segunda de tal suerte, que el espacio
comprendido entre la base y la primera paralela dividida en tres partes,
exceda toda una parte al otro espacio que quede entre la primera y segunda
paralela. Después tirarían otra paralela observando la misma regla en la
distancia; y aunque estarán persuadidos estos de que caminan con dirección
segura en este modo de pintar, en mi sentir van no poco errados. Porque como la
primera recta la tiran a discreción, aunque las otras paralelas están con
regla cierta, no por eso tienen lugar fijo y determinado del cúspide de la
pirámide para poder bien ver el objeto, de lo cual provienen muchos errores en
la Pintura. Añádase a esto que dicha regla seria falsa siempre que colocasen el
punto del centro mas alto o más bajo de lo que fuese la altura de las
figuras; pues todos los inteligentes convienen en que ninguna cosa pintada y
copiada del natural se puede ver y distinguir bien, como no esté colocada con la
debida
distancia respecto a la vista, de lo cual daremos la razón cuando hagamos la
demostración de la Pintura; pues habiéndolo practicado así en nuestras obras,
cuando los amigos, las veían, decían que era un milagro del arte. A esto se
dirige todo cuanto llevo dicho hasta aquí; pero volvamos a nuestro intento.
La práctica que yo sigo es la siguiente. En todo voy dirigiéndome siempre por la
misma línea y por el punto del centro; divido, como he dicho, la base, y
tiro rectas desde todos sus puntos, de división al del centro. En las
cuantidades que están al través observo este método. En un espacio pequeño tiro
una recta, y la divido en tantas partes como la base del rectángulo. Sobre ella
coloco un punto a igual altura que el punto del centro, y tiro desde él rectas a
todas las divisiones. Luego determino la distancia que me parece entre la vista
y el cuadro, y prefijado ya el sitio de la sección allí mismo, con una
perpendicular que levanto corto todas las rectas que encuentro desde ella. Línea
perpendicular es la que cayendo sobre otra, forma todos los ángulos rectos o a escuadra. Lamina VI.O
P línea de la base de nueve brazas. A punto de la vista a la altura de tres
brazas: b, c, d &e. líneas paralelas.
Esta perpendicular me da en sus intersecciones todos los términos de la distancia
que ha de haber entre las líneas que atraviesan paralelamente el pavimento, con
lo cual tendré dibujadas todas las líneas de él, de cuya exactitud será la
prueba el que una misma recta sirva de diámetro a todos los paralelogramos que se
encuentren: (C). Llámase entre los Matemáticos diámetro del paralelogramo
aquella
recta que va desde un ángulo a su opuesto, la cual divide al paralelogramo en
dos partea iguales, conviniéndole en dos triángulos. Concluido esto con toda exactitud, tiro una
paralela por
encima, la cual corta ambos lados del rectángulo grande , y pasa por el
punto del centro. Esta línea me sirve de término o confín, con el cual ninguna
cuantidad sobrepuja la altura de la vista; y porque pasa por el punto del
centro, se llama céntrica. De aquí se sigue que aquellas figuras que se pinten
entre las paralelas ulteriores serán menores que las que se hagan en las
anteriores no por esta razón sola, sino porque aquellas manifiestan estar mas
lejos, y por eso son mas pequeñas, como lo demuestra la misma naturaleza cada
día. Por ejemplo: en un Templo vemos que las cabezas de las personas que
andan por él están casi a una misma altura; pero los pies de los que están
distantes parece que corresponden a las rodillas de los que están mas cerca.
Toda esta regla de dividir el pavimento pertenece particularmente a aquella
parte de la Pintura que se llama composición, de la que trataremos en su lugar.
Bien que me temo que por su novedad, y por la brevedad de este comentario quede
algo oscura para muchos; pues según observamos por las obras de los antiguos,
esta parte no fue conocida de nuestros mayores por su dificultad extrema, siendo casi imposible encontrar entre los cuadros
antiguos una historia bien compuesta
y bien pintada o bien esculpida Por esta razón trataré de ella con
brevedad y con la claridad posible; pero sé muy bien que para algunos no podré
pasar por elocuente, y a muchos que no me entenderán de pronto, les costará
infinito trabajo el comprender mis proposiciones, Todo esto es muy fácil y
curioso para los ingenios sublimes y perspicaces aplicados a la Pintura, de
cualquier modo que se diga; pero para aquellos entendimientos torpes
y nada aptos para un arte tan noble, aun cuando se tratase con la mayor
elocuencia será desagradable, bien que esto mismo dicho por mí, aunque con la posible brevedad,
tal vez no podrá
leerse sin molestia. Pero con todo espero disimulen el poco aliño que he puesto
en mis frases por darme a entender con más claridad, advirtiendo que en adelante
tal vez será mas gustosa la lectura.
Hemos tratado ya, pues, de los triángulos, de la pirámide, de la sección, y de todo lo demás que ha parecido del caso, de todo lo cual solía yo hablar con mis amigos mas difusamente con reglas geométricas, haciendo en su presencia la demostración de todo, la cual no he querido poner aquí por evitar toda prolijidad, y así solo me he ceñido a exponer meramente los primeros principios de la Pintura; y los llamo primeros, porque son los principales fundamentos del arte para los Pintores que no lo saben. Pero son tales, que el que se haga cargo bien de ellos conocerá el mucho provecho que puede sacar para ilustrar el entendimiento y para entender bien la definición de la Pintura y todo lo demás que se ha de tratar en los dos libros siguientes. Nadie piense que puede alguno llegar a ser buen Pintor sin saber y conocer a fondo con toda inteligencia el efecto que busca en sus obras; pues en vano se tira el arco si no se ha prefijado antes el blanco adonde se quiere encaminar la flecha. Yo quisiera que lodos se persuadiesen que solo podrá ser diestro Pintor aquel que haya aprendido primero a colocar bien los dintornos y todas las cualidades de las superficies; y al contrario, yo aseguro que el que no sepa con toda exactitud y conocimiento todo lo que hemos dicho, jamás podrá llegar al grado de perfección que se requiere; pues todo lo que se ha explicado de la superficie y la sección es absolutamente necesario. Ahora falta instruir al Pintor en el método que ha de observar para imitar con la mano los objetos que tiene ya concebidos en el pensamiento.
LIBRO SEGUNDO
Como es natural que este estudio
parezca demasiado fatigoso a los jóvenes, será oportuno manifestar aquí cuán
digna es el arte de la Pintura de que empleemos en ella todo el cuidado y diligencia
que sea posible. Esta arte tiene en sí una fuerza tan divina, que no solo hace
lo que la amistad, la cual nos representa al vivo las personas que están distantes,
sino que nos pone delante de los ojos aun aquellos que há mucho tiempo que murieron,
causando su vista tanta complacencia al Pintor, como maravilla a quien lo mira.
Dice Plutarco que al considerar Casandro, uno de los Capitanes de Alejandro,
la estatua de este Héroe, contemplando en ella aquella majestad real que tenia
cuando vivo, comenzó a temblar extraordinariamente. Cuentan también que Agesilao,
como conocía la fealdad tan grande de su persona, no quiso que quedase ningún
retrato suyo para sus descendientes, por lo cual nunca permitió retratarse ni
en pintura ni en escultura; lo cual manifiesta que el semblante de los muertos
vive largamente con el auxilio de la Pintura. El haber esta arte expresado materialmente
los Dioses que veneraba el Paganismo se debe considerar como un sublime don
concedido a los mortales; pues la Pintura ha coadyuvado infinito a la piedad,
por la cual se unen los hombres Dios, y a contener los ánimos con el freno de
la Religión, Es tradición que Fidias hizo una estatua de Júpiter en Elide, cuya
belleza aumentó el culto ya establecido de la Religión. Pero para saber cuánto
influye la Pintura en todos los .placeres del ánimo, y el ornato y hermosura
que da a todas las cosas, no hay sino ver como casi nunca se encontrará alhaja,
por preciosa que sea, a la que no añada mucho más valor la forma que la
da la Pintura, esto es, su dibujo. El marfil, los anillos y todas las cosas
preciosas y estimables se hacen aun mucho más preciosas por la mano del
Pintor. El oro que se halle adornado por la Pintura tiene más valor que el oro
mismo; y aún el plomo que es entre todos los metales el mas bajo, si tiene la
forma de una estatua que hubiese hecho Fidias o Praxiteles valdría sin duda
más que otro tanto oro o plata sin labrar. EL Pintor Zeuxis regalaba sus obras,
porque decía que con ningún precio se podían pagar; pues en su dictamen no podía
haber en el mundo paga con que satisfacer al que era como un Dios entre los
mortales por la perfección con que pintaba o esculpía las producciones de la
naturaleza. Es prerrogativa de la Pintura el que sus diestros profesores no
solo sean alabados, sino reputados como muy semejantes a los Dioses. ¿Pero no
es la Pintura la Maestra de todas las artes, o por lo menos su principal ornamento?
¿De quién tomó la Arquitectura los cimasios, los capiteles, las basas, las columnas,
las cornisas y todos los demás adornos que sirven para hermosear un edificio,
sino de la Pintura? ¿Quien dió reglas, o quién pudo enseñar el arte del Tallista,
Carpintero, Evanista, Zapatero y demás oficios mecánicos, sino la Pintura? De
modo, que por bajo que sea el arte ú oficio, ninguno se encontrará que no dependa
de la Pintura; por lo cual me atrevo a decir que ella es quien da el gusto y
ornato que se halla en cualquiera cosa.
Entre los antiguos fue tan honrada este
arte, que siendo así que a casi todos los artífices les llamaban Fabri en la
lengua Latina, solo el Pintor tenía nombre diferente.
Por lo cual muchas veces
he dicho en presencia de algunos amigos que el inventor de la Pintura fue sin
duda aquel joven Narciso que fue convertido en flor: porque siendo la Pintura
como la flor de todas las artes, parece se puede acomodar sin violencia la fábula
de Narciso a ella: porque ¿qué otra cosa es pintar que lomar con el auxilio
del arte la superficie de la fuente? Pensó Quintiliano que los Pintores antiguos
pintaban las sombras de los cuerpos conforme las producía el sol, y que después
se fue perfeccionado el arte poco a poco. Hay quien dice que los inventores
de la Pintura fueron un Egipcio llamarlo Filocles y Cleantes (de quien no tengo
noticias}. Los Egipcios dicen que en su país estaba en uso la Pintura seis mil
años antes de que llevaran a Grecia este arte; y los Italianos dicen que empezó
la Pintura en Italia después de las victorias de Marcelo en Sicilia. Pero nada
importa saber quiénes fueron los primeros Pintores ni los inventores del arte,
supuesto que nuestro intento no es escribir la historia
de la Pintura, como Plinio, sino tratar del arte de la Pintura, del cual
no dejaron los antiguos escrito alguno, a lo menos que yo haya visto; no obstante
que dicen que Eufranor Istmio escribió un Tratado de las medidas y de los colores;
y Antígono y Zenócrates otro de la Pintura, en el cual puso algunas cosas suyas
relativas al asunto Apeles, y lo dedicó a Perseo. Diógenes Laercio cuenta también
que el Filósofo Demetrio compuso unos comentarios sobre la Pintura. Fuera de
esto yo creo que habiendo nuestros mayores escrito acerca de las bellas artes,
no parece regular se hubiesen olvidado de la Pintura; pues en Italia florecieron
en tiempos muy remotos los Etruscos, los mas diestros artífices de Pintura que
se conocieron. Trimegisto, antiquísimo escritor, es de sentir que la Pintura y
la Escultura nacieron con la Religión, y así lo dice a Asclepio: teniendo
el género humano presente su naturaleza y origen, figuró los Dioses con rostro
semejante al suyo. ¿Y quien ignora que la Pintura ha obtenido siempre el lugar
mas honorífico, ya en las cosas públicas, ya en las privadas, ya en las religiosas
y ya en las profanos? Tanto que no se hallará entre los hombres ningún artificio
que merezca igual atención y estima. Son increíbles los precios con que pagaban
antiguamente las tablas pintadas. Arístides Tebano vendió una sola pintura en
cien talentos, que son sesenta mil florines (D). Dice también
la historia que a la tabla de Protógenes debió Rodas el que Demetrio no la abrasase,
por no exponerse a que fuese pábulo de las llamas una obra como aquella: de
modo que se puede decir que Rodas se rescató por un cuadro. Otras muchas cosas
a este tenor se cuentan que acreditan lo mucho que se ha honrado y elogiado a los célebres Pintores en todas partes, puesto que los Ciudadanos más nobles
y esclarecidos, los Filósofos y los mismos Reyes cifraban su mayor complacencia
en las pinturas, y aun se aplicaban a pintar.
En Roma fueron Pintores Lucio Manilio, Caballero Romano, y Fabio, que era de los mas distinguidos. Turpilio,
Caballero Romano, igualmente ejerció la Pintura en Verona, Pacubio, Poeta trágico,
nieto del Poeta Enio por parte de madre, pintó en la plaza de Hércules. Sócrates,
Platón, Metródoro y Pirro, Filósofos todos, fueron muy instruidos en el arte
de la Pintura. Nerón, Valentiniano y Alejandro Severo, Emperadores, fueron en
extremo aficionados a ella, y sería imposible referir los muchos Príncipes y
Reyes que tuvieron la misma inclinación.
Tampoco es del caso poner aquí la infinita
serie de Pintores antiguos, cuyo número se puede calcular por este hecho, y
es, que en poco más de un año se hicieron bajo la dirección de Demetrio Valerio,
hijo de Fanóstrato trescientas y sesenta estatuas, unas ecuestres, otras pedestres
y otras en carros. Y sí en aquella Ciudad había tantos Escultores, ¿es de creer
que habría menos Pintores? Son la Escultura y la Pintura dos artes hermanas,
producidas de un mismo ingenio pero yo siempre daré la preferencia al del Pintor,
porque se ejercita en una cosa mucho más difícil (E) Mas
volvamos al asunto. Era infinito, pues, el número de los Pintores y Escultores
que había en aquel tiempo, pues entonces nobles y plebeyos, doctos é ignorantes
todos se aplicaban a la Pintura. Y como era la costumbre exponer al público
las pinturas y estatuas que se tomaban en las presas y despojos de las conquistas,
llegó a tanto esto, que Paulo Emilio y otros muchos Caballeros Romanos
hicieron enseñar a sus hijos, entre las demás artes liberales, la Pintura,
como conducente para la vida honesto y feliz. Esta costumbre tan laudable la
tomaron de los Griegos, entre los cuales los jóvenes de ilustre nacimiento aprendían,
además de todo lo perteneciente a la literatura, la Geometría, la Música y la
Pintura. Para las mujeres fue esta arte muy honrosa, como lo prueban los elogios
que dan los autores a Marcia , hija de Varron, porque sabía pintar; y
estaba esto en tanta estima en la Grecia, que se prohibió públicamente el que
los esclavos aprendiesen la Pintura, y no sin razón, pues tal arte solo es digna
de un ánimo noble y libre, siendo para mí la mejor señal de ingenio excelente
la aplicación y la afición al dibujo. Solo esta arte es la que igualmente agrada
a los ignorantes, como a los instruidos, lo que en ninguna otra sucede, pues
por lo regular lo que gusta a los inteligentes disgusta a los que no saben.
Tampoco se hallará una persona que no desee saber pintar bien; y es evidente
que la misma naturaleza tiene su delicia en ello; pues vemos que en las manchas
de los mármoles representa muchas veces Centauros, y cabezas con barba larga
(F). Cuentan también que en una joya que tenia Pirro había
representadas naturalmente y sin artificio alguno las nueve Musas con sus atributos.
Añádase a esto que en ninguna de las artes, sino en esta, trabajan con tanto
gusto los que saben y los que no saben, ya para aprenderla, o ya para ejercitarse
en ella: y si es lícito decir lo que yo experimento en mí particularmente, puedo
asegurar que cuando me pongo a pintar solo por gusto, como muchas veces me sucede,
así que me desocupo de otros negocios, me deleito y me enajeno tanto en este
ejercicio que al cabo de tres o cuatro horas me parece que apenas han pasado
algunos minutos; con lo que puede concluirse diciendo que este arte causa gusto
y delicia ejercitándose por afición en ella, y en llegando a ser diestro Pintor,
alabanza, fama y riqueza. Siendo esto así, puesto que la Pintura es el mejor
y mas antiguo ornamento de todas las cosas, digna solo de hombres libres, y
agradable a los instruidos y a los ignorantes, con toda la eficacia que me es
posible exhorto a los jóvenes a que se apliquen a ella con todo el anhelo que
puedan.
A los que se hallan ya instruidos los animo a que estudien hasta llegar
a la última perfección, sin perdonar fatiga ni diligencia alguna. Tengan presente
siempre los qué procuran alcanzar la excelencia del pincel, la fama y reputación
que consiguieron los antiguos, y con esto verán al mismo tiempo lo enemiga que
fue de la virtud y la alabanza la avaricia, pues un ánimo que solo aspira al
interés, rara vez podrá llegar a la cumbre de la inmortalidad. He conocido muchos
que teniendo las mejores disposiciones y proporciones para hacerse hombres grandes
en la Pintura, se aplicaron solo a la ganancia, y se quedaron sin poder alcanzar
bienes ni fama. Estos tales, si a fuerza de estudio hubiesen cultivado su ingenio,
fácilmente se hubieran hecho famosos, y por consiguiente hubieran conseguido
riqueza y gusto; pero basta ya de esto.
La Pintura la dividimos en tres partes, y esta división la sacamos de la misma
naturaleza: pues siendo el fin de aquella representarnos las cosas del modo que
se ven, hemos reflexionado las diferentes maneras con que llegan a nuestra
vista los objetos. Primeramente cuando medimos una cosa, advertimos que aquello
ocupa cierto espacio; el Pintor circunscribirá el espacio este, a lo cual
llamará propiamente contorno. En segundo lugar en la acción de ver consideramos
el modo con que se juntan los diversas superficies de la cosa vista unas con
otras; y dibujando el Pintor esta unión de superficies cada una en su lugar,
podrá llamarlo composición. Últimamente al tiempo de mirar discernimos con toda
distinción todos los colores de las superficies; y como la representación de
estos en la Pintura tiene tantas diferencias por causa de la luz, por esta
razón llamaremos a esto adumbración. De modo que la perfección de la Pintura
consiste en el contorno, en la composición, y la adumbración o claroscuro.
Ahora trataremos de cada una de estas cosas, aunque con brevedad; y
empezando por el contorno, digo que este consiste en la justa colocación de
las líneas, a lo cual se llama hoy dibujo. En esta parte fue muy sobresaliente Parrasio, aquel Pintor
con quien introduce Jenofonte a Sócrates en conversación por la extremada
delicadeza de sus líneas. En mi sentir el dibujo se debe hacer con líneas muy
sutiles que apenas las distinga la vista, así como hacía Apeles que desafió
a Protógenes a tirar
Líneas casi imperceptibles.
El dibujo
consiste en señalar los contornos, lo cual si se ejecuta con líneas muy gruesas,
en vez de parecer márgenes o términos los de una superficie pintada, parecerán
hendeduras. Yo quisiera que en el dibujo solo se buscase la exactitud del
contorno, en lo cual es preciso ejercitarse con infinita diligencia y cuidado,
pues nunca se podrá alabar una composición ni una buena inteligencia de las luces
si falla el dibujo. Al contrario, muchas veces sucede que solo un buen dibujo
basta para agradar; por lo cual el dibujo es en lo que más se ha de insistir,
para cuyo estudio creo que no puede haber cosa que mas ayude y aproveche
que el velo, de cuyo uso soy yo el primer inventor en esta forma. Tómese un
pedazo de tela trasparente, llamada comúnmente velo, de cualquier color que sea:
estirada esta en un bastidor, la divido con varios hilos en cuadros
pequeños é iguales a discreción: póngase después entre la vista y el objeto que
se ha de copiar, para que la pirámide visual penetre por la trasparencia del
velo. Este velo tiene varias utilidades: primeramente representa siempre las
mismas superficies inmóviles, pues en señalando los términos en él, al instante
se encontrará el primer cúspide de la pirámide con que se empezó; lo cual es muy
difícil de hallar sin este auxilio, Es absolutamente imposible que no se mude
alguna cosa al tiempo de pintar, porque el que pinta nunca mira precisamente
desde un mismo punto al objeto; y de esto depende que la copia de una cosa
pintada es mucho más parecida al original, que la que se hace de una estatua.
Además: el objeto se altera considerablemente en cuanto al aspecto por la
variación del intervalo o de la posición del centro. Por tanto el velo trae
también la grande utilidad de que siempre representa al objeto de un mismo modo. En segundo lugar, con el velo
se señalarán todas las partes del
dibujo y todos los contornos con toda exactitud; porque viendo que en un cuadrito está la frente, en el de abajo la nariz, en el
de al lado la mejilla, y
en el otro mas abajo la barba, y de este modo todas las demás partes colocadas
en sus respectivos lugares; se puede con toda facilidad trasladarlas o la tabla
o pared, poniendo en ella igual división de cuadros (G). Últimamente este velo
sirve de mucha utilidad y auxilio para dar perfección a la pintura: porque con
él parecen los objetos no pintados, sino del todo relevados: con lo cual la
misma experiencia puede manifestar con el auxilio de la rozón lo mucho que
aprovechará para pintar bien y con perfección. No soy del dictamen de algunos
que dicen: no es bueno que los Pintores se acostumbren al velo o a la
cuadrícula; porque como esto facilita y sirve tanto para hacer bien las cosas, sucede
que después no pueden ejecutar cosa alguna por sí solos sin este auxilio,
sino a costa de grandísimo trabajo.
Es evidente que nosotros no indagamos el
mucho o poco trabajo del Pintor, sino que alabamos aquella pintura que tiene
mucho relieve, y que es sumamente parecida a los cuerpos naturales que
representa. Esto no sé yo cómo lo podrá ejecutar ninguno, ni aun
medianamente, sin el auxilio del velo. Sírvanse, pues, de él los que quieran
aprovechar en el arte, y si algunos quieren sin él hacer alarde de su saber,
deben imaginar que le tienen delante, y obrar como a¡ realmente estuviera, para
que con el auxilio de una cuadrícula imaginaria puedan señalar con exactitud los términos de la pintura. Mas como muchas
veces sucede a los que tienen poca
práctica que no distinguen con toda certeza los contornos y dintornos de las
superficies; por ejemplo en un rostro, en donde apenas se conoce donde rematan las sienes en la frente, es preciso darles una regla para que puedan
conocerlo y distinguirlo bien. La misma naturaleza lo enseña; porque así como
las superficies planas parecen bien a nuestra vista cuando tienen o luz o sombra universal; así también las superficies esféricas las halla nuestra vista
agradables cuando tienen varias manchas de claros y sombras, como si fuesen
muchas superficies. Cada parte de por si que tenga diferente luz o diferente
sombra, se ha de considerar como superficie separada; y si la sombra de una
superficie continua por largo espacio debilitándose poco a poco hasta quedar
en claro, entonces se deben señalar con líneas los diferentes espacios de sus grados, para que después
al tiempo de dar el colorido no haya duda en la
regla que se ha de seguir.
Todavía había mucho que hablar del dibujo, el cual tiene mucha conexión con la
composición; pero es menester saber qué cosa sea composición. La composición
en la Pintura es aquel modo o regla de pintar, mediante la cual se unen y
arreglan entre sí todas las partes de una obra de Pintura. La mayor obra de
un Pintor es un cuadro de historia: las partes de esta son las figuras, estas se dividen en miembros, y los miembros
en superficies, Y siendo el dibujo aquella regla con la que se señalan los contornos
de cada superficie; y siendo estas unas veces pequeñas, como los animales, y otras sumamente grandes, como en las
figuras colosales y edificios; para dibujar las primeras bastan las reglas que
hasta aquí se han dado, como el velo usado en la forma explicada; pero para las
segundas se necesitan otras.
Para esto es menester traer a la memoria todo cuanto se ha dicho acerca de las
superficies, de los rayos, de la pirámide y de la sección, igualmente que de
las líneas paralelas del espacio o pavimento, del
punto céntrico, y de la línea céntrica.
Dibujado el pavimento con las dichas paralelas, se han de levantar las paredes,
y todo lo demás que llamamos superficies rectas y verticales, en cuya operación
apuntaré brevemente el método que yo sigo.
Empiezo primera mente por los fundamentos, y dibujo en el pavimento la
extensión y grueso de las paredes, en lo cual solo he tomado lección de la
naturaleza, pues de una mirada nunca se pueden ver mas que dos superficies
rectas a la vez de un cuerpo que conste de ángulos rectos. En el diseño del
fundamento de las paredes solo tiro aquellos lados que se presentan a la vista,
y principio por los mas lejanos, determinando después por las paralelas
señaladas en el pavimento lo largo y lo ancho de las paredes. A cada paralela
cuento una brasa, y el medio de cada una de aquellas lo tomo en la común
intersección que hacen sus diámetros. Con estas medidas señalo con exactitud la
anchura y extensión de las paredes que se levantan desde el pavimento. Por ellas
saco con facilidad la altura de las superficies, pues la medida que hay entre la
línea céntrica y el sitio del pavimento en donde empieza a elevarse el edificio,
ha de servir de regla y escala para todo él. Y si se quiere que esta
elevación sea cuatro veces más que la altura de las figuras que se han de pintar
dentro, estando la línea céntrica a la altura de ellas, esto es, a tres brazas,
no hay sino señalar tres veces esta distancia hacia arriba desde la tal línea:
con lo cual se podrá dibujar, mediante estas reglas, cualquiera superficie
angular, Lámina VI. A B, pilastras o paredes de diez brazas.
Ahora falta hablar del modo de dibujar las superficies circulares. Estas se
originan de las angulares, y mi método es como se sigue. Hago un cuadrado, y
dentro inscribo
un círculo: luego divido los lados de aquel en tantas partea iguales, como
divisiones tiene la línea del rectángulo que se hizo en el cuadro; y tirando
rectas desde todos los puntos de la línea dicha a los otros, queda todo aquel
espacio dividido en cuadrados pequeños. Después formo un círculo con el diámetro
que me parece, de modo que corte mutuamente las paralelas, y noto los puntos de
las intersecciones, y después paso a los respectivos lugares de las
paralelas del pavimento puesto en perspectiva. Pero como seria indecible trabajo
cortar todo el círculo con paralelas muy espesas, hasta tanto que por medio de
una infinita serie de puntos se tirase la línea de su circunferencia; por
esto, lo que hago es señalar ocho o más intersecciones, y después tiro a pulso
la circunferencia por los puntos señalados. Mas fácil seria hacer este contorno
en la sombra, con tal que el cuerpo que la causase tuviese la luz arreglada, y
estuviese en el lugar que debía.
Habiéndose hablado ya del dibujo de las superficies angulares y circulares con
el auxilio de las paralelas, cuando son de tamaño grande; hablaremos ahora
de la composición. Esta es aquella regla con la cual se unen y coordinan entre
sí las partes que componen una obra pictórica. La mayor obra de un Pintor no es
hacer una figura colosal, sino un cuadro de historia; pues para esto se
requiere mucho más ingenio que para lo otro. Las partes de la historia son las
figuras, las partes de estas son los miembros, y las de estos son las
superficies; porque de estas se hacen los miembros de los miembros las
figuras, y de las figuras una historia que constituye la última y mas excelente
obra de un Pintor. De la unión y compostura de las superficies nace aquella
gallardía
y aquella gracia que llaman belleza; porque si un rostro tiene unas superficies
grandes y otras chicas, en unas partes muy hácia fuera, y en otras muy hacia dentro, como se
advierte en el semblante me de un anciano, será a La verdad cosa feísima: pero
cuando las superficies de un rostro estén tan unidas entre si y compuestas que
vayan poco a poco oscureciéndose las luces, y degenerando en sombras suaves sin
que se noten ángulos, entonces formaran un semblante bello y de la mayor
hermosura. Esto supuesto, es parte de la composición buscar é imaginar la mayor
gracia y belleza que se pueda en las superficies o formas. Para llegar a saber
esto no he encontrado regla mas cierta que la observación de la naturaleza; y
así el principal estudio debe ser considerar y reflexionar con la mayor
atención la forma que da el maravilloso artífice de todas las cosas, que es la
naturaleza, a los miembros del cuerpo humano, en cuya imitación es menester
ejercitarse con el mayor estudio, aprovechándose para esto, como ya se ha
dicho, del velo o de la cuadricula. Y cuando se hayan tomado del natural las
formas que parezcan mas bellas, al tiempo de ponerlas en práctica, lo primero
que se ha de mirar ha de ser los términos, para tirar las líneas a los puntos
precisos y con todo arreglo.
Esto es en cuanto a la composición de las superficies ahora hablaremos de
la de los miembros. La composición de los miembros requiere principalmente que
todos ellos sean entre si proporcionados: Llámase bien proporcionados cuando todos corresponden con propiedad respecto
al tamaño y a su oficio, respecto a la especie y a los colores, y a las demás cosas como a la belleza
a la majestad. Si en una figura se pusiera una cabeza muy grande, el pecho muy pequeño, la mano disforme, el pie lo mismo,
y el cuerpo sumamente gordo, esta composición
seria horrible a la vista. Esto supuesto, es necesario tener una regla
cierta para el tamaño y medida; para lo cual aprovecha mucho observar, cuando
se copia un animal, sus huesos principales, y considerar mentalmente su grandeza,
pues estos como nunca padecen alteración, siempre ocupan el mismo espacio.
Después es necesario colocar en sus propios parajes los nervios y músculos, y
luego se visten de carne con su piel. Aquí me dirán algunos tal vez que ¿cómo he
dicho yo en otra parte que al Pintor solo le incumbe lo que se ve, y no lo
que está oculto? No hay duda que es así; pero así como para hacer una figura
vestida se debe dibujar primero el desnudo, y luego se van poniendo las ropas
arregladas a los miembros; así también para pintar un desnudo es preciso
colocar en su debido lugar primero los huesos y músculos, y luego irlos
cubriendo de carne, de modo que siempre se conozca su verdadero sitio. La misma
naturaleza nos ha puesto delante de los ojos todas las medidas del cuerpo
humano; y as¡ el estudioso hallará mucha utilidad en la investigación de estas
proporciones por si propio en el natural, con lo cual el mismo trabajo le hará
mantener firme en la memoria todo lo que haya aprendido en esta operación acerca
de la proporción de los miembros. Sirva de advertencia que para medir cualquier
animal se debe tomar uno de sus miembros por medida firme, y por él se medirán
los demás. El Arquitecto Vitruvio mide al hombre por el pie; pero a mí me parece
mas digno que todos sus miembros se sujeten a la dimensión de su cabeza, bien
que, según yo he observado en casi todos los hombres la longitud del pie es
igual a la que hay desde la barba hasta el vértice o parte superior de la
cabeza: por lo cual es necesario medir todos los demás miembros por uno de
estos dos, de modo que en toda la figura no se halle miembro que no corresponda
a los
demás
en longitud y anchura. Además
de esto es fuerza cuidar de que todos los miembros tengan su respectivo oficio,
para el que fueron criados. El que corre mueve los brazos tanto como los pies,
pero un Filosofo, que está perorando, debe tener en todos sus miembros la mayor
compostura y modestia. Un Pintor llamado Demon pintó a Hoplícito peleando de tal
manera, que parecía vérsele el sudor: y a otro descansando tendido sobre sus
armas casi sin aliento. Hubo quien pintó a Ulises de modo que todos conocían que
se fingía loco, no siéndolo. Muy alabado es de los Romanos aquel cuadro en que
conducen muerto a Meleagro, en donde está vivamente expresado el sentimiento de
los que le llevan, y el movimiento que hacen con todo el cuerpo; y al contrario
en la figura del cadáver, que está verdaderamente muerta, cayéndose cada miembro
por su lado, como manos, dedos, cabeza, y en fin todo concurre a expresar la
muerte de aquel cuerpo que es lo mas difícil que hay; pues el hacer que todos
los miembros de un cuerpo estén generalmente sin acción ni movimiento alguno es
obra de un Maestro consumado, así como lo es también el darles viveza a todos,
Así, pues, en todas las pinturas se ha de observar que cada miembro de por sí
esté en su movimiento propio, de modo que cualquiera arteria por mínima que sea esté en acción,
a fin de que la figura que se represente viva, lo parezca en la
realidad a y la muerta un difunto verdadero. Entonces se dice que una figura
está viva, cuando parece que hace algún movimiento; y muerta, cuando los
miembros no hacen nada, esto es, que ni se mueven ni sienten. En cuya
suposición la figura que quiera el Pintor este viva, hará que todos sus miembros
tengan movimiento y acción, siempre guardando los límites de la gracia y la
belleza, de lo cual abundan mucho aquellos movimientos que siguen la misma
dirección que el aire, y tienen también mucha viveza. Además de esto en la
composición de los miembros se ha de atender a la especie, pues seria cosa muy
impropia que en La figura de una Elena o de una Ifigenia se notasen las manos de
una vieja o una labradora; o si en la de un Néstor se hiciese el pecho de un
joven, o la cabeza muy delicada; o sí en la de un Ganímedes se le pusiese la
frente llena de arrugas o las piernas tan nerviosas como las de un luchador; o sí en la de Milon, hombre extremamente robusto, se advirtiesen las caderas y
vacíos muy flacos. Igualmente la figura que tenga la cara llena y abultada, será
muy impropio que tenga los brazos delgados y consumidos; y al contrarío,
el que pintare a Aqueménides con aquel semblante conque dice Virgilio que le
halló Eneas en la Isla, debe ponerle los demás miembros con la misma extenuación
y debilidad, pues de otro modo seria muy ridículo (H). También
ha de haber
correspondencia entre los colores; pues la figura, cuyo rostro sea sonrosado y
con mucha frescura, no ha de tener el pecho y brazos morenos, y de color
desagradable. De este modo tenemos ya dicho lo bastante acerca de la composición
de los miembros, y lo que se debe observar en cuanto a su tamaño, su oficio, su
especie y su color, pues siempre es preciso que todas las cosas correspondan y
convengan entre sí con arreglo a la verdad: porque no se ha de hacer una Venus
A una Minerva en traje de pobre mendigo, ni tampoco un Marte o un Júpiter con
adornos mujeriles. Los Pintores antiguos tenían cuidado, no obstante que ambos
Dioses eran de un parto, de representar al uno de ellos algo más robusto, y al
otro algo más ágil: También hacían que a Vulcano se le conociese que era cojo,
por detrás de sus vestiduras: ¡tanto era el cuidado que tenían en dar a cada cosa su oficio,
su especie y su dignidad! Ahora se sigue la composición de las figuras, en la
cual consiste toda la ciencia y alabanza del Pintor. De esto se ha dicho ya algo
en varios lugares más abajo, hablando de la composición de los miembros, pues
es evidente que todas las figuras de una historia han de tener conexión entre
sí en cuanto al oficio y tamaño. Porque si en un banquete se pintara una
porción de Centauros en la mayor agitación y desorden, seria una locura poner
en medio de tan horrible bulla a alguna figura durmiendo con los vapores del
vino. También seria gran defecto que en una misma distancia hubiese figuras
bajas y otros altas, o que un perro tuviese el mismo cuerpo que un caballo. Muy
digno de vituperio es lo que yo veo no pocas veces, pintar un edificio, y las
figuras que están dentro parece se hallan encerradas por fuerza en un calabozo
por la estrechez en que están, que apenas caben sentadas. Todas las figuras
deben tener suficiente espacio para el oficio a que se destinan y según su
tamaño; y para que un cuadro historiado sea digno de alabanza y de la
admiración de cuantos le miren, es menester que tenga tal gracia y belleza, que
complazca y deleite los ojos y el ánimo de los que no lo
entienden.
Lo primero que en un cuadro llama la atención es la abundancia y variedad de
objetos; pues así como en los manjares y en la Música agrada la novedad, así
también se recrea y alegra el ánimo con la multitud y variedad de las cosas que
ve: y así en la Pintura lo mas agradable que hay es la diversidad de figuras y
de colores. Será abundante y agradable una historia cuando en ella se vean
mezclados en sus lugares a propósito ancianos, jóvenes, matronas, doncellas,
niños, animales domésticos como perrillos, pájaros, caballos y corderos,
edificios,.. y en fin siempre que la abundancia y diversidad de objetos sean
apropiadas al asunto, será laudable; pues a los que lo miran se les pasa el
tiempo, considerando cada cosa de por sí, embelesados con la gracia y la
fecundidad de la idea del Pintor. Esta abundancia debe ir, en mi
dictamen, adornada y llena de variedad grave y moderada, según la dignidad o lo
reverente del asunto. Nunca alabaré a aquellos Pintores, que para manifestar que
no tienen escasez de ideas, y para que en sus cuadros no quede lugar vacío, no
se quieren limitar a una composición arreglada, sino que van esparciendo por
todo el lienzo las figuras, sin orden y confusamente, y así en vez, de
representar la historia el asunto que se quiere, solo représenla una junta
tumultuosa; pues tal vez requiere un asunto pocas figuras, y así como las
pocas palabras, con tal que sean sentenciosas, dan majestad a un Príncipe, así
también en una historia un razonable número de figuras causa dignidad, y en su
variedad puede haber gracia. No me gusta de ningún modo la soledad en en cuadro,
pero tampoco me agrada la multitud de figuras que le quitan la dignidad. Yo
quisiera que en un cuadro se observase la práctica de los Poetas Trágicos y cómicos, que en sus composiciones solo introducen las personas necesarias;
y así en mi dictamen ninguna historia ha de tener tanta multitud y variedad de
cosas, que no puedan todas expresarse debidamente con nueve o diez figuras así como Varron, que
en sus convites, para evitar la bulla y confusión,
nunca juntaba más de nueve personas. Siendo, pues, tan agradable la variedad,
hará este efecto una pintura cuando todas las actitudes y posturas de las
figuras sean diferentes Unas se pondrán de modo que se miren de frente con las
manos levantadas, transparentándose el resplandor de la luz por entre los dedos,
y plantarán
siempre sobre el un pie: otras tendrán el rostro de perfil, y los brazos
tendidos, plantando sobro ambos pies, y cada una de por si estará en
actitud diferente, y con distintos pliegues en las ropas. Habrá figuras
sentadas, otras de rodillas y otras casi tendidas en el suelo: otras
habrá desnudas, si no lo repugna el asunto, y otras medio vestidas y medio
desnudas, guardando siempre el decoro de la honestidad, pues todo lo que ofende
al pudor, y demás partes del cuerpo que no son del todo agradables, deben ir
cubiertas con paños, con hojas o con las manos. Apeles pintaba siempre a Antígono por el lado en que no tenía el defecto del ojo; y Hornero cuando
pinta a Ulises, que después del naufragio va corriendo por aquella selva tras
de las voces de las Mujeres, por no hacerle ir desnudo, le hace que coja
una rama de un árbol, y se cubra su desnudez. Dicen que Pericles tenia la
cabeza muy larga y sumamente fea, por lo cual nunca le pintaron ni le
esculpieron con ella desnuda, como a los demás, sino siempre con morrión. Además
refiere Plutarco, que los Pintores antiguos cuando tenían que pintar un Rey, si
este tenia en su semblante algún defecto, le representaban siempre con la mayor
semejanza que podían; mas no ponían la deformidad, sino que la enmendaban en lo
posible. Esta modestia y decoro se debe observar en un cuadro de historia,
descartando o cohonestando todo lo que sepa a obscenidad. Finalmente se ha de
poner el mayor cuidado, como ya tengo dicho, en no repetir ni el gesto, ni la
actitud de una figura en otra. Y para que los que miren el cuadro estén con la
mayor atención, es menester que las figuras inanimadas que contiene, parezca que
están vivas, expresando los afectos de sus ánimos; pues es la cosa mas
natural llorar con quien llora, reír con quien ríe, y compadecerse con quien se
lamenta, por la fuerza tan grande que tiene para con nosotros la semejanza.
Estos movimientos del ánimo se conocen por los del cuerpo, pues en los
melancólicos vemos que por la tristeza de sus pensamientos, y por la debilidad de
la enfermedad están atenuados, y casi sin fuerzas, pálidos, decaídos, y como
muertos los miembros. Los que se lamentan tienen el semblante caído, la cabeza
sin firmeza, y los demás miembros abandonados. Los furiosos, como están
enardecidos con el enojo, y se lea hincha el rostro, y los ojos despiden fuego,
agitados de esta manera, tienen muchísimo ímpetu y fiereza en sus movimientos.
Pero cuando estamos alegres, entonces tomamos actitudes agradables, y nos
movemos con agilidad. Mereció Eufranoro un grande elogio, porque en la figura de
Alejandro representó el rostro de París con tal expresión y tan al vivo, que al
mirarle se le reconocía por el Juez de las Diosas, por el amante de Elena y por
el homicida de Aquiles. Célebre fue también Demon, en cuyas obras inmediatamente
se conocía al iracundo, a! injusto, al inconstante al
inexorable, al clemente, al piadoso, al vanaglorioso, al humilde, al feroz. Pero sobre
todos ponen a Arístides Tebano, emulo de Apeles el cual expresó estos afectos
del ánimo con tal vehemencia, que no es posible lleguemos
nosotros a aquel punto de perfección, por mas estudio y diligencias que
hagamos. Debe saber el Pintor muy bien las varías actitudes y movimientos del
cuerpo humano, lo cual se ha de tomar en mi sentir del mismo natural con mucho
cuidado; la cosa es muy difícil, porque los movimientos del ánimo son infinitos,
y por estos se gobierna el cuerpo. Además: ¿quién creerá, sino el que por sí
mismo lo haya experimentado, que es sumamente difícil el pintar un rostro riendo, y evitar el que parezca que llora?
¿Quien será también el que pueda, no habiendo puesto en ello el mayor estudio,
pintar bien una cabeza de aquellas, cuya boca, barba, ojos, mejillas, y nariz se
configuran de la misma manera para la risa que para el llanto? Por esto es
menester estudiar continuamente el natural, y tomar siempre aquellos primeros
movimientos, y principalmente se, han de pintar aquellas cosas que hacen pensar
mas, y no aquellas que inmediatamente se adivinan.
Pero me parece será del caso referir algunas obras de invención mía en cuanto a
las actitudes, y otras que tomé del mismo natural. Primeramente yo juzgo que
todas las figuras deben moverse en general con cierto gracia hacia aquel objeto
que forma el principal asunto. Además de esto me agrada que haya en un cuadro
alguna figura que llame la atención de los espectadores, y como que les haga señas
con la mano para que vean lo que allí hay; o también que demuestre querer
ocultar la acción, y con semblante feroz y ojos espantosos amenace al que quiera
acercarse a verla, o como que le advierte que hay allí un gran peligro o una
cosa portentosa; o también que con sus gestos excite la risa del que mira o le
mueva a llanto. Finalmente es necesario que todo lo que hacen entre si las
figuras, é entre ellas y los espectadores, concurra a manifestar y declarar la
historia. Mucho aplauso mereció Timantes de Chipre con aquella tabla con que
venció a Coloteyco; porque habiendo representado la tristeza de Caicas, puso
aun mas triste el rostro de Ulises; y al ir a pintar a Menelao, corno ya había
apurado todos los primores del arte en las otras expresiones, no encontró que
hacer para expresar el acerbo dolor de un padre, y así le cubrió la cabeza con
un paño para dejar a la consideración de los demás el tormento que demostraría aquel semblante por la pena que le afligía. Es célebre
también la nave que se ve en Roma, pintada por Gioto Toscano, en la que pintó a
los once discípulos de Jesucristo tan pasmados y atónitos por ver a su compañero
caminar por las aguas, que cada uno de por sí manifestaba la admiración y
asombro interior que tenia pero con tales actitudes, qué en todos se veía
obraba diferentemente aquel afecto.
Pero es preciso abreviar todo este Tratado de los movimientos; porque entre
ellos hay algunos que llaman los inteligentes pasiones, como la ira, el dolor,
la alegría, el temor, el deseo, y otros así. Hay también movimientos únicamente
del cuerpo; porque este se mueve de muchos modos diferentes, como cuando crece,
cuando enflaquece, o cuando le asalta una enfermedad estando sano, o cuando
recobra la salud, o finalmente cuando muda de lugar. Pero como nosotros los
Pintores queremos expresar por medio de los movimientos de los miembros los
afectos del ánimo; dejando a un lado las disputas, solo trataremos del
movimiento, que digamos se ha hecho al mudar de sitio.
Todas las cosas para moverse de un puesto pueden hacer siete viajes; pues se
pueden mover hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda,
apartándose, acercándose, o dando vueltas. Todos estos movimientos quisiera yo
que se vieran en una pintura; y así debe haber figuras que caminen al frente,
otras que su retiren, otras que se dirijan hacia la derecha, y otras hacía la
izquierda; unas estarán de frente, otras de espaldas, unas bajándose, y otras
levantándose. Pero como al dibujar todas estas cosas se quebrantan algunas veces
las reglas y el orden que debe haber, me parece será oportuno referir aquí
algunas particularidades acerca del movimiento de los miembros y de la posición
local que he sacado yo del natural, para que se vea la
moderación con que es preciso valerse de ellos. El hombre, según he observado,
en todas sus actitudes pone siempre el tronco del cuerpo perpendicularmente
debajo de la cabeza, que es lo que pesa mas en todo él. Siempre que un hombre
planta sobre un pie solo, queda el pie sirviendo de basa perpendicular a la
cabeza, y casi siempre se endereza el rostro hacia donde vuelve la punta del tal
pie. En cuanto a los movimientos de la cabeza nunca son de modo que no tenga
debajo de sí, vuélvase al lado que se vuelva, alguna parte del cuerpo que la sostenga,
a menos que no extienda el un brazo a la parte opuesta, para que
sirva de contrapeso. Vemos por experiencia que cuando un hombre con el brazo
extendido sostiene en la mano algún peso, retira atrás el píe para que
contrapese, y caiga sobre él todo el cuerpo para que no falsee. Un hombre puesto
de pie derecho no puede levantar la cabeza mas que para mirar la mitad del
cielo; ni puede volverse al un lado, sino hasta tocar con la barba en el hombro.
Tampoco podemos volvernos por la cintura hasta que quede el hombro perpendicular
con el ombligo, sino algo menos. Los movimientos de las piernas y de los
brazos son mas libres, con tal que con su postura no ofendan al pudor; por lo
regular las manos nunca se levantan más que la cabeza, ni el codo más que los
hombros, n¡ el píe más que la rodilla, ni tampoco se aparta del otro mas
distancia que su longitud. He observado que cuando levantamos un brazo, todas
las partes del cuerpo de aquel lado siguen el mismo movimiento, pues hasta el
talón del pie correspondiente se levanta del suelo por el movimiento del brazo.
A este tenor hay muchas cosas que deberá advertir y notar el curioso y
diligente; y recelo que las que hasta aquí he apuntado sean tan manifiestas y
claras, que parezca superflua su
noticia; pero no he querido dejar de ponerlas, porque a muchos he visto que han
errado en ellas.
Las actitudes y movimientos demasiado violentos hacen que en una sola figura se
vean al mismo tiempo el pecho y los riñones, lo cual siendo imposible en la
ejecución, es también muy ingrato para la vista. Pero hay algunos que piensan
que cuanto más esforzada y violenta está una figura en la posición de sus
miembros, tanto más viva parece; y así olvidando la dignidad y decoro de una
pintura, imitan los movimientos y ademanes de los truhanes; por lo que sus obras
no solo quedan destituidas de toda gracia y hermosura, sino que descubren el
inmoderado genio del autor. Deben, pues, las figuras de un cuadro tener
movimientos moderados, agradables, y convenientes a lo que se quiere
representar; las doncellas con postura modesta y decorosa, y con gallardía y
sencillez en sus adornos propios de su edad: su actitud ha de ser mas quieta y
tranquila que agitada. Homero , a quien siguió siempre Zeuxis, fue de
parecer que las mujeres se habían de pintar siempre con la mayor hermosura; los
mancebos con movimientos ligeros y de regocijo, con muestras de ánimo varonil
y esforzado; los hombres manifestarán más firmeza en sus movimientos, su
actitud debe ser bella y dispuesta para manejar con soltura los brazos; los
ancianos darán señales de lo pesado y tardo de sus cuerpos, la actitud cansada,
de modo que además de sostenerse igualmente sobre ambos pies, se apoyen con las
manos a otra cosa. Finalmente todos los movimientos del cuerpo han de ser
conexos con aquellos afectos del ánimo que se quieran representar, guardando
siempre la dignidad que debe tener cada figura. También es necesario que los
semblantes expresen con la mayor vehemencia las pasiones fuertes del ánimo. Esta
regla de los movimientos y actitudes es muy común en todo género de animales,
pues nunca se ha de pintar un buey, que solo sirve para arar, del mismo modo
que un fogoso caballo como el bucéfalo; pero para representar la famosa hija de Inaco
convertida en vaca, es menester figurarla en la acción de correr con los
brazos levantados, y la cola del mismo modo. Con esto basta en cuanto a los
movimientos de los animales.
Como todos estos movimientos de que hemos hablado son necesarios, me parece
será bien explicar de qué modo se les da también movimiento a las cosas
inanimadas en la Pintura; porque los cabellos, las ramas y las hojas que parece
se mueven en un cuadro, causan muchísimo gasto. Los cabellos, según mi dictamen,
deben moverse de siete modos, lo mismo que las figuras; porque a lA verdad ellos se enroscan y forman rizos, se esparcen por el aire como la llama, van
ondeando unos sobre otros; unas veces están hacia un lado, y otras hacia otro.
Las ramas se doblan formando arco hácia arriba, en parte hacía dentro, y otras
se rodean al tronco como una cuerda. Esto mismo sucede en los pliegues de los
paños, pues así como de un tronco nacen muchas ramas, así también de un pliegue
nacen otros muchos, y en ellos se ven todos estos movimientos de modo
que apenas habrá pliegue que no los tenga todos. Es menester advertir que en
todos los movimientos ha de haber facilidad y soltura que manifiesten gracia, y
no violencia y dureza. Pero como siempre queremos que los paños sean apropiados
a los movimientos, siendo por su naturaleza graves, y por consiguiente
inclinados a la tierra, con lo que se deshacen pronto los pliegues, por eso será
oportuno colocar en un ángulo del cuadro la cabeza del Zéfiro o del Austro que
sople entre algunas nubes, y de este modo levantara hacía una misma parte los paños.
Así se conseguirá también que la parte de las figuras en donde bate el
aire, quedará ceñida de la ropa, y se verá la gracia del desnudo por detrás de
ella, y al otro lado las ropas ondeando en el viento con variedad de pliegues.
En esto se observará que no vaya el movimiento de la ropa contra el viento, y
que los pliegues no sean muy agudos ni redondos.
Todo lo dicho acerca del movimiento de los anímales, y de las cosas inanimadas
debe ocupar mucho la atención de los Pintores al ejecutor lo que se ha explicado
acerca de la composición de las superficies, de los miembros y de las figuras, Y puesto que
ya se ha tratado de las dos primeras partes de la Pintura, que son
el dibujo o contorno, y la composición, falta ahora hablar de la adumbración o del
claroscuro. Ya se ha demostrado suficientemente la fuerza y virtud de la
luz para variar los colores, pues sin alterarse de ningún modo estos hemos
explicado de qué manera se manifiestan o mas claros o mas oscuros, según la
mayor o menor luz que reciban. Se ha dicho también cómo con el blanco y el
negro se expresan en la Pintura las luces y las sombras, y que los demás colores
vienen a ser la materia a que se agregan los varios accidentes de la claridad ú
oscuridad. Esto supuesto, dejando aparte todo lo demás, debemos explicar ahora
el modo de servirse el Pintor del blanco y del negro. Mucha maravilla causó a los Pintores antiguos el ver que Polignoto y Timantes no usaban más que de cuatro colores,
y Aglaofonte solo de uno; porque entre tanto número de ellos como
juzgaban que había, les parecía que eran, muy pocos los que manejaban aquellos
hombres tan célebres, y creían que un Pintor sobresaliente debe usar muchísimos colores. Es verdad que la multitud y variedad de colores da
mucha
gracia y hermosura a un cuadro; pero es menester que el buen
Pintor ponga todo su estudio en saber usar bien del blanco y del negro,
empleando todo su cuidado y diligencia posible en su buena y oportuna
colocación. Pues así como las luces y sombras manifiestan a La vista los parajes
en que se relevan las superficies, y los en que se esconden o se retiran, y
cuánto se dobla o declina cada parte; así también la buena disposición del
blanco y negro hace aquel efecto que tanto elogio acarreó a Nicias, Pintor
Ateniense, y que con tanto cuidado deben buscar todos los profesores, que es el
que la pintura tenga mucho relieve. Dicen que el célebre Zeuxis fue el primero
que supo poner en práctica esta regla del claro y oscuro, y que ninguno de los
otros Pintores antiguos sobresalió en esta circunstancia. En mi dictamen a nadie
se le puede dar el título ni aun de mediano Pintor, que no sepa a fondo la fuerza
que tiene en todas las superficies cada luz y coda sombra. Siempre alabaré
aquella cabeza, que agradando así a inteligentes, como a ignorantes, tenga tal
relieve, que parezca que sale del cuadro: y al contrario para mí ningún mérito
tendrá aquella en que solo se conozca el arte en el contorno La composición debe
ir bien dibujada y con buen colorido; y así para que un Pintor llegue a merecer
la deseada alabanza, debe ante todas cosas señalar las luces y las sombras,
considerando que en la superficie en que hieren los yayos de luz debe estar en color
muy claro y luminoso, y después debe ir apagándose poco a poco y
oscureciéndome. Finalmente es menester considerar cómo corresponden las sombras
en la parte opuesta de las luces, pues ninguna superficie de ningún cuerpo
iluminado hay en donde no se advierta una parte clara, y la opuesta oscura. Y
como esto pertenece al saber imitar lar luces con el blanco, y las sombras con el
negro, por eso encargo se ponga el mayor estudio en conocer qué partes van
tocadas de luz, y cuáles de sombra. Esto se aprende por el mismo natural, y
luego que se tiene un perfecto conocimiento de ello, se aclarará el color en su
correspondiente sitio con blanco, lo menos que se pueda, y en la parte opuesta
se le rebajará con negro siempre parcamente.
De este modo, con este contrapeso,
digámoslo así, del blanco y el negro aparecen las cosas con mayor relieve.
Después se irán apretando estas plazas oscuras poco a poco, hasta que se
consiga el efecto que se busca; para lo cual no hay juez como el espejo, en
donde mirada una pintura bien hecha, adquiere otra tanta mas gracia; y al
contrario sí está defectuosa, lo parece mucho mas en él. Enmiéndense, pues, con
el espejo las cosas copiadas del natural, y permítaseme apuntar aquí algunas que
yo he observado. He visto por la experiencia que toda superficie plana conserva
únicamente por todas partes su color; pero las cóncavas y convexas lo varían,
pues por un lado son claras, y por otro oscuras. Esta alteración de color en una
superficie que no es plana aturde mucho a un Pintor perezoso, pero como haya
apuntado con exactitud, según se dijo, la masa de la luz y de la sombra, no
tendrá dificultad al tiempo de dar el colorido, pues lo que hará será mezclar
blanco o negro en aquella superficie señalada sin pasar de la división, con lo
cual tendrá la primera mancha. Después seguirá apretando más el oscuro, y
aclarando el claro, y deshaciendo cuidadosamente el uno con el otro en la
división; de modo que se interne el primero en el segundo como si fuese humo,
sin que haya nada de recortado. Téngase presente que nunca se ha de hacer una
superficie blanca enteramente; aun al pintar una vestidura blanca no se ha de
usar el color blanco puro, pues en la Pintura solo el blanco puro es con lo que
puede el Pintor representarla mayor fuerza de la
luz, y con el negro 1a mayor oscuridad y tinieblas de la noche. En las ropas
blancas se ha de usar uno de los cuatro géneros de blanco (I)
que sea bastante
claro; y en los paños negros se ha de emplear el color mas oscuro, Finalmente el
blanco y el negro usados con destreza y arte representan a los ojos superficies
de oro y plata y de resplandeciente cristal. Por esto son muy dignos de
reprensión algunos Pintores que ¡indiscretamente usan el blanco y el negro, y
sin miramiento alguno, de modo que yo quisiera que el blanco costase más caro
que el color mas exquisito; o que solo se hiciese dicho color y el negro de
aquellas perlas de Cleopatra que ablandaba a fuerza de vinagre, para que no los
desperdiciasen tanto. De esta suerte tendrían las pinturas mas gracia y mas
verdad; porque no es posible ponderar lo que aprovecha a una obra que se use en
ella con parsimonia el negro y el blanco. Zeuxis solía reprender a los Pintores
porque no sabían en qué consistía la demasía; y en caso de disimular algún
error, mas bien se puede disculpar a los que gastan mucho negro, que a los que
usan mucho blanco, La práctica del pintar me ha hecho conocer que la naturaleza
misma aborrece la oscuridad, y apetece la claridad; y así conforme vamos
adelantando, siempre nos inclinamos mas a la hermosura de las luces, y todos
amamos lo claro y alegre; por lo cual es menester poner freno a la mayor
inclinación y propensión que tenemos, porque allí es más fácil el errar.
Esto baste en cuanto al blanco y al negro: en cuanto a los demás coloree es
menester observar también cierta regla, de lo cual hablaremos ahora brevemente.
No diremos en donde se halla el buen cinabrio o bermellón, o aquellos colores
mas exquisitos, sino de que modo se han de mezclar entre sí los colores más
excelentes, y se han de hacer las
tintas necesarias para pintar. Dicen que Eufranóro, Pintor antiguo, escribió un
Tratado de esto; mas ya no existe. Nosotros que hemos sacado a la luz pública el
arte de la Pintura, ya sea publicando lo que los antiguos dijeron , o ya
poniendo en orden y método una cosa enteramente original a fuerza de nuestro
propio trabajo, seguiremos con el mismo sistema que hasta aquí según nos hemos
propuesto. Todas las tintas que pueden producir los géneros de colores que
conocemos, deben mirarse en el cuadro con toda la gracia y belleza que sea posible. La gracia resultará cuando los colores se hallen distribuidos
con
cierto cuidado y prolijidad: por ejemplo, pintando a Diana guiando las mudanzas
de un baile, sería muy conveniente para el fin propuesto vestir a la Ninfa que
estuviese a su lado con ropas verdes, la otra de blanco, la siguiente de color de
rosa, la de más allá de amarillo. Y además es preciso observar en esta
diversidad de colores que los mas claros estén al lado de los mas oscuros, pero
siempre diferentes, y de este modo la variedad de los colores causa mas gracia,
y el contraste de ellos mas belleza. Poniendo el color rojo entre el azul y el
verde hace resaltar a estos de un cierto modo majestuoso; el blanco al lado de cualquier color le da claridad y viveza. Los colores oscuros dicen muy bien
entre los claros, y lo mismo estos entre aquellos. Esto supuesto, el Pintor
dispondrá la colocación de sus colores para un cuadro según el método referido.
Hay algunos que emplean el oro sin miramiento alguno, creyendo que la abundancia
de él da majestad a la pintura; nada de esto apruebo; antes bien si se me
ofreciera pintar la Dido de Virgilio, que tenia el carcax de oro, y el cabello
sujetado con cintas de lo mismo, los ceñidores y guarniciones del vestido de
oro, los frenos de los caballos que tiraban de su carro de oro igualmente, y en fin en
todo resplandecía el oro, lo que haría seria imitar este metal
con los colores, y no poner nada del verdadero, pues entonces heriría en la vista
de tos que la mirasen la reverberación de tanto oro. Y siendo la principal
destreza del Pintor el manejo científico de los colores, puesto el oro en mucha cantidad en una tabla, se verá
como muchas de las superficies que debían ser
claras, parecen oscuras, y otras al contrario que debían estar oscuras, se
muestran claras é iluminadas. Los ornatos que se ponen a un cuadro, como son
columnas y cornisas hechas de escultura pueden ser muy bien de oro o plata, o
doradas, pues todo esto sirve de decoro y magnificencia a un cuadro bien acabado
(K).
Concluimos, pues, de hablar acerca de las tres partes de la Pintura. Hemos
tratado del diseño de las superficies pequeñas y grandes, de la composición de
los miembros y figuras, y de lo concerniente a los colores, en cuanto al uso
que debe hacer de ellos el Pintor. Y finalmente hemos recapitulado todo el arte
de la Pintura, incluyéndole en estas tres partes, que son Dibujo, Composición y
Claroscuro.
LIBRO TERCERO
Pero para formar un Pintor perfecto de modo que llegue a merecer los elogios que
hemos referido, faltan aun varías cosas que decir, las cuales no debo omitir en
ninguna manera, aunque seré lo más breve que me sea posible. El oficio del
Pintor es dibujar y dar el colorido A cualquier cosa que le presenten con líneas y colores en una superficie plana, de modo que con un
determinado intervalo, y cierta colocación del rayo céntrico parezcan las cosas pintadas
como si fuesen corpóreas, y totalmente semejantes a las verdaderas. El fin del
Pintor debe ser adquirir fama, gusto y crédito con sus obras, mas bien que
riquezas; lo cual lo conseguirá siempre que sus pinturas detengan y deleiten la
vista y el ánimo de los que las miren. El modo de llegar a alcanzar esto ya se
dijo cuando se trató de la composición y del claroscuro; pero además de esto
quisiera yo que el Pintor fuera hombre de bondad, instruido en las ciencias,
para que pudiera mejor hacerse cargo de todo lo que hemos dicho. La bondad y
agrado tiene mas fuerza para captarse la benevolencia general que lo
maravilloso de la industria o del arte. Además es cosa sabida que la
benevolencia coadyuva mucho para que un artífice adquiera estimación y bienes;
pues de esta benevolencia se origina que los poderosos le dan que hacer, teniendo
mucho mas gusto en que se le proporcione una ganancia al que es modesto y de suaves modales, que no al soberbio y altanero, aunque tal vez tenga
mas
habilidad. Siendo esto así deberá tener el Pintor sumo cuidado en su modo de
portarse y en sus modales, mostrando siempre afabilidad y agrado, para que por
estos medios pueda atraerse la benevolencia de todos, único y fijo asilo contra
la pobreza, y también la ganancia, auxilio excelente para la mayor perfección de
una obra.
He dicho que quisiera estuviese el Pintor
instruido en las ciencias; pero principalmente la Geometría debe ser su mayor
estudio. Muy bien decía Pánfilo, antiquísimo y excelente Pintor, primer
Muestro de jóvenes nobles en esta arte, cuando decía que nadie podía ser buen
Pintor sin saber Geometría. Y en efecto los primeros rudimentos en que
estriba toda el arte de la Pintura los comprende con facilidad el Geómetra; mas
el que no tiene alguna tintura de esta ciencia no es posible que se haga cargo
de ellos bien, ni que llegue a entender ninguna de las principales reglas de la Pintura. Así, pues, es
mi dictamen que el Pintor no debe despreciar el estudio
de la Geometría. También debe leer con atención las obras de los Poetas y
Retóricos, pues los ornatos de ellas tienen mucha conexión con los de la Pintura:
además le dará muchos luces, y le servirá de no poco auxilio para inventor y
componer una historia la conversación de los hombres literatos y abundantes de
noticias, pues es evidente que el principal mérito consiste en la invención, la
cual tiene la virtud de agradar y deleitar por si sola sin el auxilio de la
Pintura. Deleita el leer la descripción de la Calumnia que pintó Apeles, según
Luciano, y no creo que sea fuera de propósito el referirla aquí para que
aprendan los Pintores a inventar y componer con novedad y sublimidad,
Veíase en la tabla un hombre con desmesuradas orejas, y a su lado dos mujeres
que representaban la ignorancia y la sospecha. En otra parte se veía la Calumnia
en figura de mujer hermosa, pero demostrando en el semblante mucha malicia y
astucia, en la mano izquierda tenia una antorcha, y con la derecha asía por los
cabellos a un mancebo que levantaba las
manos al cielo. Al lado de este había un hombre pálido y seco, feo y de aspecto
feroz, como que estaba muy consumido y acabado por los trabajos de la guerra,
llamado con razón el encono. Acompañaban también a la Calumnia otras dos
mujeres, que eran la asechanza y la mentira, y la componían los adornos.
Después se veía la penitencia o arrepentimiento vestido con una ropa oscura y
sucia en acto de arañarse, con violentas contorsiones, y detrás de ella iba la
vergonzosa y honesta verdad. Este cuadro, cuya sola descripción deleita el
ánimo, i cuánto gusto causaría el verle pintado de mano de tal Maestro! ¡Qué
diremos de aquellas tres hermanas doncellas, a quienes llama Hesiodo Egle,
Eufrosine y Talia, las cuales las pintaron asidas de las manos, y vestidas de
una ligera y trasparente gasa sin ceñir, y querían que significasen la
liberalidad!. Porque la una da, la otra recibe, y la tercera vuelve el
beneficio; condiciones que precisamente se han de encontrar en la liberalidad
perfecta. ¡Cuánta fama alcanzan los profesores con unas invenciones tan
ingeniosas! Por esto exhorto yo a los Pintores aplicados a que estudien los Poetas y Retóricos, como también otros varios autores eruditos hasta
familiarizarse con ellos, pues de unos ingenios tan cultivados podrán sacar
muchas noticias provechosas, con las cuales adornarán y hermosearán sus
composiciones, que es lo que más acredita una obra de Pintura, Fidias, Pintor
excelente, confesaba que de Hornero había aprendido a pintar la figura de
Júpiter con majestad. A mi me parece que nuestros Pintores, dándose a la lectura
de los Poetas, podrán adelantar mucho, y fecundar su imaginación, con tal que
se apliquen más a estudiar que a ganar. Pero muchas veces sucede que no pocos
jóvenes deseosos de su adelantamiento y aplicados, se cansan a lo mejor, mas porque nó saben el método de aprender, que porque les
incomode la fatiga del-estudio. Por esta razón es preciso explicar el modo y el
método que se ha de observar para llegar a ser profesor excelente.
Principiemos, pues, así: todos los grados de la
enseñanza los debe sacar de la naturaleza misma; y \a regla, de la
perfección se ha de conseguir a fuerza de diligencia, de estudio y de
práctica. Yo quisiera que los principiantes de Pintura hicieran lo que hacen los
Maestros de escribir, los cuales enseñan primero a formar las letras separadas,
luego a juntar las sílabas, y últimamente las palabras. Lo mismo se debe
observar en la Pintura; lo primero se ha enseñar a hacer el contorno de
las superficies, que son como el alfabeto de la Pintura, después se enseñará a unir estas superficies, y luego la forma de todos los miembros de la
figura con distinción y separadamente, tomando de memoria todas las
diferencias que puede haber en ellos que son muchas y muy notables Hay muchas personas que tienen la nariz encorvada,
otras chata, torcida o ancha; algunas tienen los labios tan prominentes, que
parece que se lea cae la boca;
y otras, cuyos Labios son tan sutiles, que las agracia infinito: y en fin todos
los miembros tienen un cierto punto de propiedad y proporción, que a nada que
se altere causará extraña variación en él. Los miembros de un niño son
redondos, de modo que parece están hechos a torno, según lo lustrosos que
son, y luego que llegan a adultos ya se vuelven ásperos, y se varían.
Todo esto lo aprenderá el Pintor aplicado en la naturaleza misma, y examinará
por sí propio con reflexión las formas particulares de cada cosa,
considerándolas, y mirándolas con la mayor atención y cuidado. Considerará la actitud que guarda el que está
sentado, y cómo doblan las piernas
en ella, y caen sin violencia alguna: considerará la postura
del que está de pie, y en fin , no debe haber parte en toda la figura de que no
tenga noticia, y de quien no sepa el oficio y la proporción, eligiendo siempre
entre todas, no solo las más propias y semejantes, sino las mas bellas. El
antiguo Pintor Demetrio se aplicó más a elegir lo mas bello y agraciado. Por
esta razón se
han de escoger entre todas las figuras, aquellas partes más bellas y
proporcionadas, poniendo todo el cuidado posible en saber en qué consiste la
verdadera belleza para ejecutarla en todo. Esto es sin duda sumamente difícil,
porque nunca se encuentran en un solo sugeto todas las perfecciones de la
belleza, sino
que están repartidas en todos: pero por lo mismo es preciso estudiar con el
mayor conato por aprenderlo pues el que sepa los cosas de más sublimidad y se
ejercite en ellas, hallará suma facilidad en las otras cuando se le ofrezca
practicarlas. No hay cosa por difícil y abstracta que sea que no se pueda
alcanzar a fuerza de estudio y práctica: pero para que el estudio no sea inútil
o pernicioso, es menester huir de lo que hacen algunos, que buscan la
alabanza y el crédito trabajando guiados por su propia fantasía, sin sujetarse a considerar y mirar el natural; pues estos no aprenden
a pintar bien, sino se
sueltan la mano para desatinar. La idea de la verdadera belleza no solo no se
deja descubrir por los ignorantes; sino que aun los que saben la disciernen con
dificultad. Zeuxis, Pintor famoso, y el más sabio y de mayor destreza, cuando
tuvo que pintar la tabla, que se había de exponer al publico en el templo de
Diana, lejos de fiarse de su propio ingenio, corno hacen casi todos los
Pintores de estos tiempos, antes de ponerse a pintar de pura imaginación, pensó que para
hacer una cosa totalmente bella, no solo no podía él idearla por sí solo, sino que aun
cuando la quisiese tomar del natural, tampoco hallaría en un solo sujeto todas las perfecciones que buscaba; y
así eligió cinco doncellas entre todas
las de la Ciudad las más hermosas, y de ellas tomó aquellas partes mas
bellas y proporcionadas para trasladarlas a la pintura. Obró en esto Zeuxis como
sabio; porque cuando los Pintores no ponen a la vista lo que quieren imitar,
sino que
quieren hallar la belleza en sola su imaginación, y adquirir Fama de este modo;
no solo no la adquieren con semejante trabajo, sino que se acostumbran a una pésima manera de pintar,
que después no la pueden dejar aun a costa de los mayores esfuerzos. Pero el que
se acostumbré a hacerlo todo por el natural, tendrá la mano tan hecha a lo bueno, que
todo lo que ejecute parecerá natural,
que es lo único a que se anhela en la Pintura. Pues si en un cuadro hallamos
la cabeza de un hombre que conocemos, aunque al mismo tiempo haya en el
lienzo mil primores del arte, con todo nada atrae tanto la atención como el
retrato conocido. ¡Tanta fuerza y poder tienen en si las cosas enteramente
parecidas al natural! Esto supuesto, todo lo que haya de hacer el Pintor debe
estudiarlo antes por el natural, y luego se elegirán de él las cosas que
parezcan mas bellas y más a propósito. Pero es menester no hacer lo que algunos
que siempre pintan en tablas muy pequeñas; antes al contrario, nunca se debe
pintar sino en grande, de modo que las figuras sean a lo menos casi del mismo
tamaño que el natural. En las figuras pequeñas se esconden muy bien aun los
mayores defectos; pero en las grandes aun los mínimos están patentes. Escribe
Galeno que vió un anillo en que estaba pintando Faetone en su carro tirado de
cuatro caballos, en donde se distinguían perfectamente los frenos, los pechos y
los pies. Dejen los Pintores este primor a los artífices plateros, y
ejercítense ellos en cosas más grandiosas; pues el que sepa pintar o modelar una
figura grande, podrá tal vez de un solo rasgo hacer una pequeña con perfección:
pero los que están acostumbrados y hechos a trabajar cosas pequeñas,
fácilmente errarán en las grandes. Hay algunos que copian las pinturas de
otro, y adquieren reputación en este género de trabajo, en el cual se ejercitó
Camálides, Escultor, quien hizo doce vasos imitando el estilo de Zenodóro, de
suerte que no se diferenciaban en ninguna manera de las obras de este. Mucho
se engañan los Pintores si piensan que los que han llegado a ser Maestros consumados en el arte han hecho otra cosa, que procurar pintar los objetos del
mismo modo que los pinta la naturaleza a nuestros ojos en la cuadrícula o velo. El que se dedique
a copiar las obras de otro, por ser más fácil que copiar
del natural, respecto de que en la Pintura están los objetos firmes, mas bien
quisiera yo que se ejercitara en copiar obras de Escultura, aunque fuesen
medianas, que no pinturas, aunque fuesen muy buenas (L).
Porque copiando un cuadro, solo aprendemos a imitar y sacar un traslado
parecido; pero copiando del modelo, aprendemos a imitar y estudiamos al mismo tiempo el efecto de
las luces, para lo cual ayuda mucho el mirarlas con los ojos algo cerrados al
través de las pestañas, para que parezcan algo más oscuras las luces. Tal
vez aprovechará más el ejercicio de modelar que la práctica del pincel, porque
la Escultura es arte más fácil que la Pintura. Nadie podrá pintar bien una cosa
sin que sepa perfectamente todos los relieves que tiene, y esto se aprende
mejor modelando que pintando. Es evidente que en cualquiera edad o época se
pueden encontrar Escultores a lo menos de mediano mérito; mas Pintores todos son
a cual
mas miserables é ignorantes (M). Finalmente sea en la Pintura
o en la
Escultura siempre debemos tomar por modelo y dirección algún ejemplar de los
buenos para imitarle y mirarle, y al tiempo de copiarle es menester que vaya
unida la diligencia con la presteza, de modo que el Pintor no levante nunca el
pincel o lapicero de lo que trabaja sin haber resuelto y determinado
decididamente en la imaginación lo que ha de hacer, y el modo con que lo ha de
perfeccionar; pues siempre es mas fácil enmendar en la fantasía, que borrar el error
que ya ejecutó la mano. Además de esto, cuando ya estemos acostumbrados a copiar
cualquiera cosa del natural, habremos llegado a un grado más eminente que Asclepiodóro, de quien dicen que era el más veloz que se conocía en pintar;
porque en aquello en que más ejercicio tenemos, está más pronto el
entendimiento, mas apto y mas vivo, y la mano cuando va guiada por regla mas
cierta y segura, trabaja con mas soltura. El haber muchos Pintores tardos es
porque tienen recelo y miedo de emprender una cosa a la que no están muy hechos,
y que no poseen en fuerza del estudio que hayan tenido. Y mientras que andan por
estas tinieblas de los errores, van tentando y buscando el camino que han de
seguir con el pincel, a manera de los tímidos ciegos que van tocando con el
palo la calle que no saben. Nadie, pues, se ponga a trabajar sin haber
reflexionado antes lo que va a hacer, y sin haberse ejercitado en ello mucho de
antemano. Y siendo la principal obra de un Pintor la historia, en donde se ha
de encontrar la abundancia y la excelencia de todas las cosas, es preciso
absolutamente saber pintar con perfección de todo, en cuanto alcance el entendimiento, no solo la figura humana, sino la de
todos los animales, y demás objetos
que percibe la vista y son dignos de mirarse, para que nadie eche menos en un cuadro
aquella variedad y abundancia, sin la cual ninguna obra tiene estimación. Es particularidad
verdaderamente grande y apenas concedida a los antiguos, el ser no solo excelente
en todas las cosas, sino ni aun mediano: pero es menester estudiar y poner
de nuestra parte el mayor cuidado y estudio en todo aquello que puede
acarrearnos mucho crédito, y mucho vituperio el no saberlo. Nicias, Pintor
Ateniense, pintó las mujeres bellísimamente; pero Zeuxis le aventajó, como a todos los demás en esto. Eráclides fue excelente para
pintar una nave. Serapion no supo pintar un hombre, y en todo lo demás tenía
habilidad. Alejandro, el que pintó la habitación de Pompeyo, fue
sobresaliente en pintar lodo género de cuadrúpedos, especialmente los perros.
Aurelio como que siempre estaba enamorado, nunca pintaba otra cosa que Diosas,
poniéndolas el rostro de la dama que amaba. Fidias gustaba especialmente de
expresar en sus pinturas la majestad de los Dioses mas que no la belleza de los
hombres. La habilidad principal de Eufranóro era pintar Héroes, poniéndolos
tal aire y dignidad, que nadie le igualó en ello. Así, pues no todos supieron
hacer bien todas las cosas, sino que la naturaleza se dividió entre todos estos
ingenios , según lo que más le adaptaba a cada uno. No por esto hemos de dejar
nosotros de procurar instruirnos y ejercitarnos citarnos en todo; antes bien debemos
perfeccionar con el estudio y aplicación los dotes de la naturaleza. Tampoco
hemos de dejar por negligencia cosa alguna que nos pueda servir de adquirir
fama.
Finalmente cuando se nos ofrezca pintar una historia, imaginaremos primero
el modo y el orden con que hemos de ajustar la composición, a fin de que haga
el mejor efecto que sea posible; y tanteando los pensamientos que nos ocurran en
el papel, examinaremos el todo y las partes despacio, oyendo el parecer de
nuestros amigos; y será nuestro mayor anhelo el pensar y
meditar cada cosa de por sí, de modo que no haya objeto en toda la obra, cuyo
lugar y colocación no la sepamos bien. Para que esto se haga con más exactitud,
se pondrá una cuadricula delante de los modelos que se hayan hecho, para que al ir a unir y acordar la composición, puedan colocarse las figuras en su
respectivo lugar. Para perfeccionar el trabajo pondremos la posible diligencia
junto con aquella celeridad necesaria para que no engendre tédio el acabarlo;
pero no tanta que nos precipite el deseo de concluirlo. De cuando en
cuando es preciso dejar el trabajo, y recrear y despejar el ánimo, y no
hacer nunca lo que muchos, que emprenden una obra y a la mitad la dejan para
comenzar otra, sino concluir enteramente lo que una vez se empezó. Enseñó a Apeles cierto profesor un cuadro, y le dijo: en un instante !o he
pintado: a lo que le respondió Apeles: sin
Apeles dicen que solía esconderse detrás de la tabla que presentaba al público pera que hablaran con mas libertad, y poder escuchar con mas decencia los defectos que ponían a su obra. Con todo yo quisiera que nuestros Pintores oyesen sin reparo ni reserva lo que cada uno dijese francamente de Las pinturas según su parecer; porque esto ayuda mucho para conocer la verdad de las cosas, y para hacerse bien quistos. No hay nadie que no se precie de poder dar dictámen sobre una obra de otro, y es menester hacerse cargo de que los dichos de los envidiosos y maldicientes en nada pueden cercenar una justa alabanza. Por esto el Pintor debe escuchar lo que diga cada uno; pero antes debe juzgar por sí mismo su obra, y corregirla lo más que pueda.
Esto es lo que me ha parecido a propósito decir en este Tratado; lo cual si puede de algún modo ser útil a los Pintores, espero por único premio de mi trabajo que me retraten en las pinturas que hagan (N), para que de este modo acrediten a los futuros el agradecimiento que tuvieron al beneficio recibido, y manifiesten que yo he sido profesor de este arte. Pero si no ha correspondido mi obra al concepto que tenían formado de mi, a lo menos no me culparán de haberme creído yo alguna vez capaz de ello: y si mi ingenio no ha podido acabar una cosa que solo el intentarla es laudable, acuérdense que en las empresas de mucha dificultad suele ser mérito el emprenderlas. Tal vez habrá quien supla lo que a mí me ha faltado, y pueda dar más luces y auxilios a los Pintores en esta nobilísima arte, lo cual , si llega a suceder, le suplico, cuan encarecidamente puedo, que emprenda y tome a su cargo tan honroso y útil trabajo con vigor y eficacia, para que lleve el arte al último grado de perfección y excelencia, Sin embargo será mucha complacencia siempre para mí el haber sido el primero que ha escrito sobre tan ingeniosa arte, cuya difícil empresa, si no he podido llevarla hasta aquel punto que aguardaban los lectores, échese la culpa mas bien a la naturaleza, que a mí mismo, la cual parece ha impuesto la ley de que todas las artes han de tener principio en cosas defectuosas, puesto que, según el común axioma, nada nace perfecto. Y los que vengan después de mí, si se hallan con más capacidad y fuerzas, podrán conducirlo al cúmulo de la posible perfección.
NOTAS
# La traducción es correcta, es Bautista, pero, por "aquestos" tiempos se lleva conservar el nombre en el idioma original, traduciendo a la moda sería, o sea el literal: Leon Battista Alberti, (que nace en Génova, el 18 de Febrero de 1404 y muere en Roma, el 25 e Abril de 1472). En esta traducción de su obra "De Pictura" escrita hacia 1436 que, a mi juicio es severamente correcta, de: don Diego Antonio Rejón de Silva (1735-1796). Secretario de Estado de Carlos III, ciertamente antes de 1827 en que se imprimió. En consecuencia, debo añadir, que no están mal corregidas, se escribían así: hácia, dictámen, á, ó, nó, tédio,...Tampoco son faltas de ortografía se escribían así: magestad, muger, parages, truanes, enageno, sugeto, rezelo, trage,...Pero están acentuadas anacrónicamente para facilitar su lectura: decía, fácil, podía, demás, además, más (reflejando cantidad), conversación, proporción, variación, reflexión, tenían razón, están, así, distinguían, después, días, también, solía, ahínco, sabía, detrás, ponían, perfección, según..,entre otras. Si aún así perdura algún lamentable error, y dado que ni el autor ni el traductor están en condiciones de solucionarlo, acháquenmelo a mi, anarkasis @ anarkasis que sin duda, corregiré inmediatamente.
(A) Quiere decir con esta expresión, que no tiene anchura alguna
(B) Braza llamamos en castellano a la distancia que hay del extremo de una mano
a otra, estando los brazos extendidos en una línea recta. Esta distancia es igual por lo
común a la altura del hombre, por lo cual parece, que la medida que Alberti
llama brazo o braza, será diferente, respecto que da tres de ellas a la estatura
humana.
Una medida en tiempos de Alberti: 240 brazas equivalente a
114,5 metros. Y si estuviera corrompida por el tiempo transcurrido hasta la publicación,
podemos decir que
Galileo Galilei las cita con una equivalencia de 0,53 metros en Reggio, y en
Venecia 0,68 metros.
(C) Toda esta operación, tan prolijamente explicada, se reduce
a señalar el
pavimento de una estancia en una pintura, en cuyo supuesto, si ha de coger todo
el cuadro (según parece que habla aquí Alberti), parece ocioso que se haga esta demarcación
en un espacio pequeño y no en el mismo lienzo en que se va a pintar. Al punto A de la lámina le llama equivocadamente punto de vista,
debiendo llamarle punto de la distancia, pues el de la vista es M, desde donde
se tiran todas las rectas a las divisiones de la basa para señalar las baldosas
del pavimento.
(D) El florín tiene diferentes valores, según el país, por lo
cual no se puede
asignar el equivalente de nuestra moneda, pues no sabemos de qué florines
habla aquí Alberti. El valor justo del talento tampoco se puede calcular, porque
no siempre era igual.
(E) Varios han ventilado la preferencia y superioridad entre la Pintura y la
Escultura, ya en atención a las prerrogativas, cualidades y ventajas propias del
arte, y ya respecto del mayor
primor o dificultad para el artífice. Pero a mí me parece que puede acabarse tan
reñida controversia, considerando que el Escultor en una obra tiene que
atender a la composición de las figuras, a su dibujo y expresión, y al efecto
que deben hacer desde el sitio en qué se han de colocar; pero el Pintor además de
Todas estas cosas ha de atender al relieve que deben tener las figuras, al
efecto de la luz, que debe ser el mejor y mas agradable, al colorido
proporcionado y adecuado a cada figura de por si, al contraste armonioso de los
colores, y a la exacta división de términos que se ha de conocer en la
composición, de modo que se vea el aire que hay entre la figura que está delante, y la que
está detrás, prescindiendo de la dificultad suma de poner los
escorzos bien entendidos, de la cual carece la Escultura; pues aunque caben en
los bajos relieves, en estos debe ser el mayor cuidado del artífice el evitarlos
por el mal efecto que hacen regularmente a la vista.
(F)
En el Real Gabinete de Historia natural sé ven infinitas piezas de mármoles y
jaspes que representan cabezas, países, edificios y otras cosas con tanta
perfección, que parece entró el arte a ayudar a la naturaleza.
(G) Esto se llama dibujar por cuadrícula, la cual es precisa
cuando se copia un cuadro grande para la mayor exactitud.
(H) Aun sin tanta oposición y discordancia puede haber desconveniencia entre
los miembros de una figura, pues si, por ejemplo, se le ponen a una Matrona de
estatura prócer y esbelta, y proporción delgada las manos muy redondas y gruesas,
serán
un defecto notable contra el arte; é igualmente lo será si sucediese al
contrario.
(I) No se sabe que géneros de blanco son los que aquí menciona Alberti, pues
ahora solo se gasta el albayalde para la pintura al óleo, y la cal para el
fresco.
(K) Estos ornatos son los marcos de talla o bronce, que regularmente se ponen
a las pinturas, para su mayor decencia.
(L) En este lugar habla Alberti con los que aun no están muy firmes en el dibujo
y manejo del claroscuro , según los efectos naturales de la luz, en cuyo
estudio insiste el autor que se ejerciten los jóvenes para que adquieran
costumbre y hábito de lo bueno; después de lo cual es indispensable que
copien y estudien en las obras de los Maestros acreditados, y demás
Pintores eminentes para instruirse en la belleza y distribución de las
tintas, y en el artificio de la composición, como dice Leonardo de Vínci en el
capitulo
I de su Tratado.
(M) Es claro que habla aquí Alberti de los Pintores de su tiempo, sin que pueda
tener lugar esta proposición en nuestros días en que vemos felizmente competir
en los primores del arte con aplauso universal a los Pintores y Escultores,
siendo iguales al mismo tiempo los adelantamientos de la Arquitectura en sus
profesores.
(N) Parece que aquí da a entender Alberti que su voluntad es, no de que retraten
y copien la fisonomía de su rostro los Pintores en las obras que hagan;
sino que observen, imitándole en esto, las máximas y documentos que les
da en sus tres libros: y es evidente que uno de los modos (ó quizá el mejor) de
agradecer un beneficio a un Escritor o a un Maestro, es ejecutar lo que ordena,
en virtud de su ciencia y experiencia.